Cuento
Nunca pensé que iba a ser fácil. Tengo que ser sincero.
Desde aquel día, en el cual les di cierta autonomía, los dos, aparentemente iguales, eran tan eficientes como dispares. Siempre pasa; en cuanto delegamos, surgen los problemas. Fui el culpable y me atengo a las consecuencias.
Aquellos dos eficaces colaboradores, jamás se ponían de acuerdo. No me hacía a la idea de poder desempeñarme sin ellos. Inútilmente intentaba poner orden en el caos de sus versiones disímiles, para llegar a un acuerdo. Menos mal que sólo eran dos a mi cargo.
Uno era el que siempre veía el lado positivo de los temas, problemas, negocios. No negaré que su optimismo contagiaba. Todas las mujeres le parecían buenas, o estaban buenas. Si por alguna razón alguna de ellas me visitaba, me hacía una señal de aprobación para que ya pusiera en marcha la propuesta de matrimonio. En cuanto veía los folletos de viajes, se deslumbraba intentando convencerme con islas caribeñas, sol y mucha, mucha paz. Siempre contento, atento, hasta durante las primeras horas de la mañana.
En cambio el otro....ahh el otro ya se levantaba lagañoso y arisco. Era difícil de convencer hasta del más mínimo detalle de cambio.
Siempre huraño, mirando con desconfianza cualquier proyecto, dama, o la simple compra de una cafetera. Examinando los potenciales problemas, olfateando lo negativo. Si por casualidad nada encontraba para contrariar, lejos estaba de alegrarse. Ahí se quedaba, “mutis”. Era como presentir una nube negra que nosotros dos no podíamos divisar y en el momento menos esperado, se rasgaría de par en par, dejándonos empapados en pleno picnic.
Años de lucha con ambos me han tenido tembleque, tratando de ver como ajustar los dos lados opuestos que se me exponían. Me han ayudado, no puedo negarlo, pero ha sido atormentador. Las reconciliaciones entre ellos son inadmisibles y jamás adoptarían un punto intermedio. Por último, como corresponde, yo decido qué hacer frente a cada caso.
Con los años, no sólo yo he envejecido, ellos también. Se han puesto más extremistas.
Me han aguijoneado todo este tiempo y me harté. La situación se tornó insostenible.
No fue fácil. Nadie lo haría por mi. Esta decisión de prescindir de ellos la tenía que tomar por mis propias manos.
No merecían una lapicera elegida al azar, ni ver venir la noticia de otra mano que no fuese la mía.
Así que empuñé la lapicera, aquella importada y bañada en oro, como si fuese bisturí. No puedo describir lo que fue ese día, porque las palabras no alcanzarían. Después de treinta años a mi servicio, me deshice de ellos. De dos plumazos limpios. Digamos, de cuajo...
Hoy, a dos años de esta medida estoy en paz. Para suplirlos contraté dos eficientes secretarias. Sé que me creen loco, porque les guardo cariño; sobre todo Verónica, la señora que viene a limpiar martes y jueves. Cuando pasa el plumero por la biblioteca, la oigo sollozar, y al percibir que se aleja de mi silla paso la mano por la estantería hasta dar de memoria con el envase. Acaricio el frasco con formol, sabiéndolos dentro.
Ciego pero tranquilo.
Autor: Mariela Rodríguez
Ilustración: Juan Sosa Di Cono
4 comentarios
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