Cuento
LA MELENA DE PENÉLOPE
La familia estaba invitada al casamiento de la tía Lucia, por entonces la mansa de Graciela se encontraba en el esplendor de su juventud. Aunque disintió con su madre a la hora de elegir el vestido, se hizo la voluntad de su progenitora; Graciela tenia un don, el de la paciencia.
- Éste, mamá!!
- ¿Y éste, Gracielita? es menos ceñido .
- ¡¡Éste es más moderno!!!
- Dejémoslo para Diciembre, para el cumpleaños de 15 de tu prima
- Bueno, está bien.
A Graciela la acompañaba desde su nacimiento una dosis de conformismo envidiable, alcanzaba para tener, dar y archivar. Llegó el día. Fue precisamente en el casamiento, donde conoció a Aníbal, ella tenia 19 años y él era empleado del marido de la tía. Ya por ese entonces, se vareaba con un vaso de whisky con una facha bárbara. Cualquier chica hubiese quedado prendada. Tenía aspecto de Don Juan , y ella de ángel.
- ¿Bailás?
- Claro
- ¿Vos quien sos?
- La sobrina de Lucia...¿ y vos?
- Soy empleado de Julio.. ¿Tomás algo?
- Si, refresco.
Apareció con dos vasos: refresco en uno, el otro con whisky y así siguieron, hasta que los novios se despidieron, sólo quedaban los familiares.
- ¿Te gustaría ir al cine, el sábado?
- Me encantaría.
- Te llamo
- Si ... adiós
- Chau.
No fue ese sábado, sino al tercer sábado que llamó, y de no tener la paciencia de Graciela, ese hubiese sido el último llamado, pero no fue así ..
La pobre se hubiese ahorrado muchos sufrimientos. Tres años de noviazgo siguieron marcando pautas en el comportamiento de Aníbal, la impuntualidad, su gusto por las farras, y sobre todo su inclinación por el alcohol. Gracielita pensó que eran cosas de joven, y tuvieron unas palabras
- Aníbal ¿ podés llegar en hora?
- No te pongas así, no va a pasar mas.
Y la menor de los Méndez seguía esperando
- ¡Aníbal, otra vez!
- Sólo unas copas...
- ¿Podés aflojar?
- Sí, amor.
Y la menor de los Méndez, esperando... pobre, sería su futuro, el de esperar.
Se casaron, 23 años juntos y Gracielita que seguía aguantando a Aníbal en sus llegadas tardes, soportando infidelidades y sus reuniones, que finalizaban en borracheras. A las infidelidades, promesas... a las llegadas tardes, promesas... a las borracheras más juramentos. Educada para esperar no se le hizo difícil lo que para otra hubiese sido un martirio.
Una de las ultimas borracheras, la agarró de mal humor.
- Aníbal estoy fastidiada
– Juro que no salgo mas...
– ¡¡Siempre lo mismo, ni los chicos te creen, están cansados de verte así!!!
– Prometo que es la última.
– Yo te juro, hasta que no cumplas tus promesas no me corto el pelo.
– No hagas eso, sabés lo que opino de los pelos largos...
– No me importa.
Pasaron tres años, Aníbal no dejó de salir, cayendo en la casa borracho y Gracielita no pisó la peluquería en tres años. El cabello crecía ... Aníbal la observaba de reojo, como quien sabe que no tiene derecho al pataleo. Ella esperaba un cambio, él esperaba que se cansara de esperar.
Una madrugada de frío Gracielita se dejó ir de este mundo de promesas incumplidas, se fue esperando y el cabello creciendo.
La velaron en la casa , que empezó a convertirse en un témpano, era inusual que hiciese tanto frío dentro de la casa...
Las vecinas entraron a ver a la finada, se erizaron cuando la vieron. Los de la funeraria, no supieron qué hacer con toda aquella cabellera que crecía ante sus ojos y aún cuando la usaron para amortajarla, impávidos ante tamaño hecho sobrenatural, dejaron que el resto colgara fuera del cajón.
Las comadres y vecinos tomaban café , arrebujados en abrigos, a esa altura ya hacía mas frío dentro que fuera, aquello no era normal, y la culpa la tenia el borrachín de Aníbal, en vez de café le daba al whisky entre llanto y llanto.
Las horas pasaban, el pelo ya llegaba a la vereda, las 24 horas de velorio se acercaban... un vecino acongojado, no sabiendo qué cosa hacer, trajo un cepillo, peinó la melena acomodándola en silencio, al correr del cordón. Ya nadie preguntaba , lo aceptaban, de vez en cuando alguno salía y lo arreglaba. Llegó el entierro, sus hijos decidieron que el cabello quedaría colgando fuera del cajón, así su padre aprendería.
Salió el cortejo, el cabello atrás, seguía de lejos a los amigos, vecinos y curiosos. Jamás se había visto en Minas y que supieran en ningún otro pueblo o ciudad, algo semejante. Cuando alguno miraba para atrás, venía dócil por la bajada hacia el cementerio y creciendo a ojos vistas.
La enterraron dejando el pelo fuera. Aquello desbordaba cualquier imaginación . Los rostros se volvían hacia Aníbal, causante de tamaño fenómeno, con cara de pocos amigos y de reproche, nunca había cumplido siquiera ni el día de su muerte, y Gracielita, aún muerta seguía esperando.
El cabello siguió creciendo. Aquellos que la visitaban, en vez de flores, llevaban cepillos, los menos broches. Aníbal obligatoriamente tenía que ver el producto de sus promesas incumplidas. El silencio reinante y aquel cabello que se expandía entre las tumbas eran su castigo. Llegó el momento en que la melena traspasó la puerta central del cementerio minuano y ganó la calle. Iba por los cordones, los vecinos que salían a barrer sus calles, además del mate y la escoba, salían con peine o cepillo para ordenar aquella cabellera.
Rumbeaba para las afueras, abandonó las calles asfaltadas para, impasible, peregrinar por las de tierra... los vecinos escaseaban, igual se tomaban el trabajo de caminar los domingos para seguir con aquella peluquería casera, que era un tributo a la perseverancia.
En vida se había ganado el aprecio, después de muerta paso a ser mártir, seguía esperando los cambios de aquel tarambana..
Los hijos y Aníbal visitaban la cabellera los sábados. Era el recuerdo mas vivo de la que había sido madre y esposa; antes de salir averiguaban por donde andaba y para allá enfilaban, los hijos con peine en mano, porque Aníbal aún con remordimiento seguía en las mismas.
El cabello se sumergió en la cañada del Molino, como hebras se fueron internando en el San Francisco, allí se expandió como medusas por el arroyo.
Los pescadores quedaron encantados, gracias a la melena, ya no tenían que usar redes para pescar, sacaban a los peces de la enmarañada cabellera de la finada..
La cosa empezó por los pescadores y siguió por el pueblo, se tomo la decisión de hacerle un monumento al pie del San Francisco por mártir y por santa patrona de los pescadores.
Aníbal y sus hijos se sentaban todas las tardes de sábado al pie del humilde pilón de mármol blanco a recordar a Graciela, mientras veían, con lágrimas en los ojos, cómo se alejaba la melena corriente abajo...
Ilustracion: Guillermo Bernengo
5 comentarios
Sebastián -
stella maris alonso -
Un beso Mariela muy bonito tu cuento.
feanor -
Joaquin -
Manda güevos!
Vicent -