Blogia
BARDA

CUENTOS

Cuento

Cuento

UN SEGUNDO MÁS

 

Vos y yo sabemos que no es cierto lo que dicen la mayoría de los mortales, acerca de lo que dura un segundo. Un segundo o dos pueden significar mucho o poco, pero nunca un vacío absoluto de tiempo.

Hoy estoy acá recorriendo contigo algunas fracciones de segundo, seguramente, las más reveladoras de mi vida.

Por si no lo sabes, como no aguantaba más, fui hablar con Laura, sobre vos, ella y yo.

Después de mil vueltas, sí, me decidí, aunque no se sí estás de acuerdo. Pero ante la duda y como no podía consultarte fui.

Totalmente inútil, como podrás imaginar....Laura no me quiso atender, siempre me culpó y la entiendo.

Fue un segundo, como este que va transcurriendo, sí ya se, va a terminar y con suerte tendré otro para reflexionar. Pero insisto un segundo, es un segundo, no encaja esa frase trillada como : que un segundo no es nada.

Vos y yo lo sabemos.

Te contaba de Laura, sí te contaba que creí que estos ocho años no habían pasado en vano, que todo podría ser perdonado, hablado y si querés, hasta discutido.

Pero Laurita no tiene marcha atrás, ni me atendió. Esa mujer tuya sí que siempre tuvo carácter, para serte sincero además de carácter,  buenas curvas. Pero ya está, me estoy yendo del tema y las fracciones cuentan en este trayecto. Igual vos sabes que tu mujer siempre estuvo buena, y sigue estando doy fe, hasta hace cuatro días, cuando me cerró la puerta en la cara.

¿Habrá transcurrido un segundo? Presumo que no, o por lo menos caigo en la cuenta de que esta trayectoria demora en terminar, como yo intentando darte alguna explicación.

Vos sabes que aquella tarde, antes de salir de campamento, no había bebido, ni estaba más guarango de lo habitual. Vos lo sabés, tenés la certeza absoluta que estaba haciendo lo correcto y de la forma indicada.

Lo que no te pude decir en aquel momento, es que Danilo también las había usado una semana antes. Cuando fueron de camping con Alfonso.

Sí, se perfectamente que todos sabíamos como comportarnos ¿Pero viste que las cosas más imprevistas pasan en un maldito segundo?

Ese fue más que significativo. Ese que me ha dejado mal durante ocho años y al que le encontré solución. Claro no con Laurita pero si con vos, y fundamentalmente darme paz a mi mismo.

Vos riendo, cebando mate, yo limpiando las armas. El segundo fatal, tus ojos asombrados y quietos en mi.

Un segundo similar a este, y se me escapó el disparo; ocho años después otro segundo y el replay , en fracciones más o menos me reúno contigo.

mencion de honor de 75 Aniversario Cooperativa Bancaria

Cuento: Mariela Rodriguez

Ilustración: Luis Fulco Marchisio

Entre Todos...

Entre Todos...

Invito a aquellos/as que tengo el honor de recibir en mi blog, a que participen en este CADAVER EXQUISITO, podrán dejarlo como comentario al final y luego será añadido con el nombre o si lo prefieren en anonimato. Sólo les pido que tenga un hilo conductor con lo anterior. Luego resolveremos el título.

Un beso a todos Mariela.

SÁNDWICH

 

Había mirado el reloj al menos tres veces siempre le dolía despedirse, para su abuelo nada pasaba desapercibido aunque no dijese nada.

Tenía esa inquietud propia de aquel que sabe todo lo que le espera por hacer. Ese remordimiento de abandonar la blanca cabeza de su ser amado era torturante, lo sabía sólo si al menos pudiera dejarle su sombra por compañía.

-         Un sándwich. Susurró el viejo mientras armaba su tabaco.

-         ¿Querés un sándwich abuelo? Preguntó escapando efímeramente de sus pensamientos

-         No gracias, sólo pensaba.

-         Me tengo que ir abuelo, tengo mil cosas que terminar para la semana que viene,

-         Te acompaño hasta la puerta, dificultosamente se puso en pie, tomando su bastón y siguió susurrando: un sándwich, siempre es un sánwich...

El anciano lo vio alejarse, con las manos en los bolsillos, rumiando pensamientos y su a su sombra cansina persiguiéndolo. Su nieto estaba lejos de llegar a la sabiduría, como él lo estuvo hasta ahora. La experiencia es como el escarbadientes sólo para uso personal.

Mariela

Sonrió con el último as de luz de la tarde en su rostro, tal vez se vio en un viejo oasis manso que nutrió sus recuerdos, fue cuando comprendió que existiría más lejos de su propia sombra, a través de aquel muchacho, algún rasgo, algún gusto, cierta inquietud…, la obra estaba sin terminar, pero ya era hora. Algo de aquel escarbadientes había sido trasmitido, sin duda, y aquel muchacho que ya daba vuelta la esquina, rumbo a su vida, era la esperanza que la sonrisa de ese viejo loco, conociera de alguna manera, el final de otro viaje.

Cansado dio vuelta, no sin antes repetir el pesado ritual de cerrar bien la puerta, pensó en algo que comer, aunque no fuera algún sánwich

            - El bondis no viene más, la próxima le doy más bola al abuelo, no llego tan tarde a la reunión, después de todo, tal vez la próxima me atreva a llevarle mis últimos cuentos al viejo, si, ¡Ahí viene el bondis,¡ que frío carajo !!!

Gillermo

Obviamente esa hora, es una de las tantas dónde los omnibús se transforman en camiones de ganado, suplantado ahora por humanos anónimos con un destino ya sabido y deseado.

Y el muchacho maldijo casi en voz alta...

- Que lo parió esto cada vez está peor!! odio viajar de esta manera.-

Pero no importaba; a esa hora todas las cabezas están en otro lugar, todas las miradas son sólo miradas vacías, los oídos sólo abiertos al interior escuchando y escuchándose las frases más significantes del día.

Como pudo se adentró a la masa de carne humana, sentado y frente a él, un anciano con tantos años como su abuelo balbuceaba casi como un autómata -“No puede ser, no puede ser, no puede ser...”- En un principio no le llamó la atención, su mente sólo estaba en aquella reunión tan deseada y próxima a cumplirse. A no ser... a no ser cuando en un momento, sus ojos se cruzaron por un instante con los del anciano.  

Zorro

El abuelo volvió a la cocina de su casa, abrió la heladera, la vio casi vacía y en ese momento olvidó por completo la idea de comer algo, nada tenía que ver con la palabra sándwich de la conversación con su nieto. Aquel sándwich no era una comida, era una comparación dicha en voz alta, entre su vida y el alimento, en su vida ya había pasado lo del medio y estaba según él a punto de terminar el pan.

¿Cuántas veces se vio reflejado en su nieto? Tantas veces meditó acerca de las similitudes entre su propia juventud y la del nieto! Eran meras coincidencias, ¿o acaso una señal en la continuidad relativa de la historia? Ciclos…, quizás.

Sin tener muy claro como, había llegado a su dormitorio, se sentó en la cama, quitóse las viejas chinelas a cuadritos y se metió en la cama, había sido suficiente por ese día.

En la radio se escuchaba presentar el siguiente tango de Gardel, tuvo apenas idea del disfrute, mientras se quedaba dormido, sus sueños sin duda le hablarían al oído.

Federico

No podía dar crédito a la funesta noticia de boca del viejo, el abuelo había muerto esa misma noche. Lo había dejado aquella tarde, prematuramente por una maldita reunión.

Una reunión que sólo aportó debates y futuras reuniones sin resolver nada.

Reparó en su padre, dónde las canas ganaban la partida a pasos agigantados, su voz aunque quebrada por el dolor, era calma.

Lo contuvo entre sus brazos como nunca, apretado y acariciándole la cabeza sin apuros, dejándolo llorar hasta el cansancio.

Ahora sentado al lado del cajón dónde su abuelo descansaba con una sonrisa apenas perceptible; se retrotrajo a su niñez. Cuando su padre no tenía ni una hebra blanca coronando su cabeza y siempre estaba la empresa antes que él. Cuando quedaba viendo alejarse a su presurosa sombra, con el maletín y las promesas del “cuando vuelva, jugamos” Ahora disfrutaba su reciente jubilación, y lo buscaba para charlar en los momentos menos oportunos. Justo cuando el se había metido de lleno en los conflictos sindicales, justo cuando su novia quedó embarazada y se enfrentaban a la disyuntiva.

Mariela

En qué momento perdió el sentido de las cosas nunca lo supo, pero sí se dio cuenta , quizás un poco tarde que el arte de vivir, implica el delicado manejo de los equilibrios, ahora reaccionaba ante el cadáver de su abuelo, y valoraba los pocos , siempre insuficientes ratos que últimamente había pasado en su compañía. Se detuvo un minuto

a meditar acerca de sustanciales temas de vida, mientras sus manos descansaban en el borde del ataúd; su mirada se perdió en un punto inexistente del espacio-tiempo; mil cosas pasaban por su mente en un torbellino interminable, sentía profundamente el dolor de la pérdida, pero al mismo tiempo sabía que su vida continuaba.

El abrazo de su padre, que acompañaba a su novia embarazada, llegó en el momento justo para sacarlo de su abstracción; y sin querer había tomado una decisión instintiva, miró a los ojos a aquella mujer y le transmitió sin hablar la opción elegida, la vida debía continuar, y la lección había que aprenderla, era necesario. Su hijo se llamaría como su abuelo.

                                                                                                                                                                                                             Federico

Intentaría no ser un maldito y atrapado sándwich- pensó abrazando a su padre, girándose sin advertir la nueva sonrisa de su viejo abuelo

                                                                         

 Agradecemos al Arquiteco Alvaro Leira por su colaboración con la ilustración

Montevideo-Uruguay

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                                                                   

Premio

Premio

El dia 15 de marzo tuvimos el honor de ser premiados con Mención de Honor en el 29no. concurso "Dr. Alberto Manini Rios" organizado por A.E.D.I. - URUGUAY.

El cuento premiado en esta ocasión fué "Tablero de Cristal" que expone los peligros a los que está expuesta la gente demasiado "estructurada".

TABLERO DE CRISTAL

Tenía dos días para comprar el regalo a Victorio. Cansada ya, de comprar camisas blancas y pantalones grises; me exprimí el cerebro pensando en algo especial, que no sólo lo sorprendiera sino que lograra sacarlo de su estructurada vida.

Mi marido, que jamás ríe, sólo se permite dibujar tímidamente una sonrisa. El único entretenimiento que disfruta es jugar ajedrez. Para no tener que socializar, rinde culto a la inteligencia, jugando contra sí mismo. He llegado a pensar si en la Facultad de Ingeniería, existe una materia oculta, que se titule: “Cómo vivir en sociedad, estructuradamente, pasando inadvertido”. Después de varios llamados, ubiqué un artesano en cuestiones de tableros y piezas. Tenía su negocio en una ciudad no muy cercana. Por lo que decían, era “todo un artista“.

Y acá estaba yo, con el papelito en la mano intentando dar con la dirección. El auto lo estacioné casualmente frente a la Facultad de Ingeniería. La observé pensando: “lo mío es un estigma”. La ciudad era reconocida por lograr brillantes y pulidos egresados.

Caminaba, observando la numeración, cuando de unas persianas me chistaron:

-         Pssh pssh

En sentido contrario, venía bamboleando sus grasas una mujer mayor. Su cara estaba lustrosa por la transpiración, al tiempo que emitía roncos gruñidos. Cargaba debajo de sus regordetes brazos, lo que parecían ser cuadernos, todos iguales, con tapas grises.

Cuatro pasos más, una nueva persiana, e idéntico chistido:

-         Pshh pshh señora

Ahí mismo, la gorda y yo nos chocamos. Los cuadernos se desparramaron y al agacharnos a recogerlos, noté que estaban totalmente en blanco, ni renglones tenían. Y otra vez el chistido. Habíamos juntado los cuadernos y la gorda los cargaba nuevamente, cuando aproveché para preguntarle por el famoso artesano.

Poniendo los ojos en blanco, bufando y con cierto dejo de fastidio contestó:

-         Es en la otra cuadra.

-         Gracias. Una pregunta más ¿por qué me chistan de las persianas?

-         ¡Ah por favor, no haga caso, siga su camino! Y levantando el tono de maestra enojada agregó:

-         ¡Ya no doy abasto, ya no doy abasto!. Alejándose apurada como la había visto llegar.

-         Pshhh señora. Éntre que le explico, balbuceó una voz casi inaudible. Alguien tras las persiana abrió a penas la puerta y entré, olvidándome de los consejos de la gorda.

Un hombre joven, me conducía tímidamente hasta la ventana.

Desde allí se podía divisar la vereda. Todo parecía normal a no ser por el hecho de observar el exterior entre tablita y tablita. Era como ver el mundo en uniformes líneas horizontales.

-         Soy ingeniero. Me recibí hace tres meses. Desde que me gradué no puedo apartarme de las persianas. Todos los egresados tenemos el mismo padecimiento. Algunos ya han recurrido a la vieja y gorda maestra con la que usted se topó. Ella dispone de la única cura de desestructuración conocida hasta el momento. Sólo un veterano egresado ha diseñado su propio método.

-         Tengo que dejarlo. Busco a un artesano en tableros de ajedrez. Se me hace tarde, respondí perturbada. Ya tenía suficiente con el que me había casado, como para escuchar historias de locos.

-         ¡Ahh Guillén. Justo es la persona a quien hacía referencia...!

Nuevamente en la vereda, apuré mis pasos, no tanto por prisa sino por incomodidad.

Llegué a la numeración indicada y ¡oh !como revelación divina, al costado derecho de la puerta colgaba un cartel en letras brillantes que anunciaba: ”TABLEROS ARTESANALES, PIEZAS ÚNICAS”. Era lo que Victorio merecía, algo único y hermoso. Al bajar veinte centímetros mi vista , una placa en bronce pulido hasta lograr deslumbrar los ojos rezaba: “Ingeniero Alcides Guillén Fleitas”. Toqué el timbre con disimulado nerviosismo mirando las ventanas carentes de persianas, para darme tranquilidad. Un hombre sexagenario me abrió la puerta con una sonrisa.

-         Buenas tardes. Vengo buscando un tablero de ajedrez especial, para mi aniversario de casados. Me dieron su dirección y aquí estoy.

-         Está en el lugar indicado, sígame. Todas mis piezas son únicas y fascinantes, aunque esta mal que yo lo diga. Soy un perfeccionista nato.

No hacía falta que lo aclarara. Sabía bien, como eran los ingenieros. Después de ver unos quince, llegué a una decisión. Me quedaría con uno de cristal. Las piezas, que debieran ser blancas y negras, eran de cristal de Murano verde y morado. El tablero se dividía en casillas transparentemente puras y las otras débilmente esmeriladas. Pagué contenta la fabulosa cifra que se me pidió. Al despedirse me vi sorprendida por la pregunta:

-         ¿A qué se dedica su esposo?

-         Es ingeniero en sistemas.

-         Ahhh - dijo con un dejo de desencanto, y cerró la puerta bruscamente.

Ese “Ahhh” me dejó inquieta. Subí al auto. Había recorrido dos cuadras, cuando vi entrar a un edificio a la maestra gorda nuevamente cargando aquellos cuadernos enigmáticos. Paré decidida a entrar y salir de dudas.

-         Buenas tardes señora...-         ¿Otra vez usted? ¿En qué la puedo ayudar?

No respondí inmediatamente. Mi atención la captaron los alumnos. Todos jóvenes de unos treinta años aproximadamente, sobre los cuadernos, sin levantar la vista a pesar de mi interrupción; pasaban rayas a las hojas en blanco. Contaban con una regla, un lápiz y goma.

-         Perdone, pero quería saber si realmente su método funciona.

-         Entonces no me hizo caso y alguno le comentó. Seguramente uno que aún no entró en el proceso. En fin... funciona sí. Por lo menos éstos reconocen su mal y trabajan para mejorar.

-         ¿En qué consiste el tratamiento?

-         Estos hombres y mujeres se han visto afectados por su carrera. Ven la vida de manera lineal, siempre siguiendo protocolos y procedimientos. Y no estaría mal si lo aplicaran sólo a su profesión. Pero se les ha metido tan adentro, como si fuese un virus, que  viven su vida personal de la misma forma. Realmente enfermante. Les hago hacer rayas horizontales a modo de renglón, tal y como ellos se conducen. Hasta que se hartan.

Aunque cansada, preparé la mesa con velas para el aniversario. Toda mi atención y trabajo fue recompensado al ver la cara de Victorio, cuando sorprendido vió el regalo.

-         ¡Qué fantástico juego de Ajedrez! Aquellas palabras de la boca de mi marido eran lo máximo como premio a mi peripecia y lo valoraba.

Como recompensa a mi búsqueda de ribetes casi místicos, recibí a cambio el acostumbrado perfume francés. Coleccionaba tantas versiones como años de matrimonio.

Esa semana pasó frente al tablero y piezas todo su tiempo libre. Jugando como solía, contra sí mismo. Pero... el hecho del lunes a la mañana, me tomó totalmente desprevenida.

-         ¿Sabes donde está la camisa a cuadritos, que me regaló Andrés, cuado volvió de México?. La voy a usar para ir a trabajar.

Le indiqué el lugar donde encontrarla y una sonrisa triunfal me acompañó el resto del día. Dos días después, al llegar a casa, lo encontré con albañiles. Terminaban de cambiar nuestro piso del patio de cerámicas españolas, por baldosas marrones y amarillas. El tercer cambio consistió en reemplazar la mantelería de finos bordados, por burdos manteles a cuadros blancos y celestes.

No hacía ni tres meses había comprado fundas nuevas para recubrir los asientos del auto, cuando asombrada vi el nuevo tapizado. Blanco y negro, como bandera de llegada de fórmula uno. El asunto se tornaba perturbante...Mi paciencia se vio colmada cuando una mañana, al levantarme a preparar el desayuno, lo encontré cuadriculando los vidrios de la cocina, esmerilando con un fino instrumento uno, y dejando el otro transparente. Histérica, lo convencí de lo disparatado de la situación y juntos fuimos a consultar a la gorda maestra.

Terminé visitándole día por medio, en su clase, donde llenaba cuadrículas sobre hojas blancas. Me he sentido tentada de llevarle un compás o semicírculo de regalo, pero Clara (así se llama la gorda), ha dicho que aún no está listo para el cambio. Auguró que pronto pasaría al grado de las líneas. Realmente me siento mal, porque de alguna manera fui culpable, al regalarle el tablero de cristal.

Moviendo algunas influencias que Victorio tiene en el gobierno y por ser él tan eficiente, le encontré una actividad. Le obtuve una labor comunitaria, algo que lo haría sentirse útil. Hablé con Clara y estuvo de acuerdo. Cuatro horas a la semana trabajaría para la comuna, cambiando todas las baldosas rotas; seguíamos en lo mismo, pero con un fin altruista. Tanto éxito obtuvo con las veredas y tanta mejora personal, que dos arquitectos dedicados a la restauración de barrios antiguos, le solicitaron emparejar los adoquines hundidos por el paso de autos y camiones.

Marchaba viento en popa y las calles quedaron perfectamente cuadriculadas; cuando la gorda Clara me avisó, que Victorio estaba pronto para pasar a la siguiente etapa. Comenzaba la fase de las líneas.

De nuevo, en aquel salón, haciendo raya tras raya, me rompió el corazón. Después de dos meses, recurrí a sus antiguos contactos. Esta vez encontraron una nueva faena, repintando los pasos peatonales de todo el país. Fue tal su ahínco y dedicación que en menos de un mes, los terminó. Nos vimos obligados a buscar una nueva tarea. Esta vez sería de más largo aliento. Debía delinear las carreteras en su punto medio y luego señalizar las banquinas. El país quedó pequeño para su arraigada manía. Impulsada por amor, me presenté frente a distintas sedes diplomáticas. Logrando que le dieran idéntica tarea fuera del territorio.

Lo último que sé de Victorio es que está señalizando las carreteras en Brasil. Mantenemos contacto frecuente. Algunas fotos me hace llegar. Tengo una, por demás conmovedora, a la que le guardo especial afecto. Esa imagen, me ha hecho reflexionar sobre la fragilidad, casi de cristal, de la psiquis humana.

Allí aparece Victorio, sus ojos miopes detrás de gruesos cristales, sonriendo, con un sombrero deshilachado, unos jeans cortados y zapatillas, saludándome con su mano, en la otra una brocha, a sus pies un tarro de pintura, en medio de una carretera desolada del Matto Grosso.

Autor: Mariela Rodríguez

Ilustración: Juan Sosa Di Cono. Dolores Depto de Soriano. Diplomado en : Academias Modern School, cursos  en el exterior ( Venezuela)

 

Cuento

Cuento

LA DISCUSIÓN

 

-         ....

-         Me podes llamar como gustes; permitime unos minutos antes de seguir, te voy a contar una historia verdadera.

No soy como la mayoría, ya ves...jamás voy a olvidar mis orígenes, casi vine al mundo en un cajón de verduras y seguramente fui obra de alcohol, droga o simplemente desatino.  Como vinieron mis hermanos menores, ¿para que negarlo? Al contrario de lo que sucede en la mayoría, esto, logró hacerme más fuerte, valorar los sentimientos y dar gracias por lo que he alcanzado. Sin dejar de ser humana con el prójimo, sin que jamás oscurecieran mi alma estos recuerdos de mi niñez y juventud. Por eso vos, vos que te llevas al mundo por delante, con  traje y corbata, te merecés la historia de primera mano...

Hace 30 años, yo tenía 12, y tres hermanos más chicos, creo que ya te lo dije.  No vivíamos en una zona como esta, no, jajaja, para tu información, nuestra casa, si a eso se le podía llamar casa, como vos lo entendés, quedaba cerca del barrio Cuarenta Semanas casi sobre el arroyo Miguelete. La noche del 14 de Julio, el viento soplaba tanto que las chapas de las viviendas amenazaban con volar, casi no habíamos comido. A nuestros padres, no los conocíamos. Somos medios hermanos, sólo el más chico, sabía quien era, un par de veces había venido a visitarlo. Nuestra madre se había ido a “trabajar” dos días antes, sin aparecer para saber como estábamos, yo me tenía que hacer cargo... fijate, con 12 añitos, ahora nuestros hijos a esa edad juegan con sus pc. Mario, es el que me sigue en edad, ayudaba a enfrentar algunas situaciones. El frío nos calaba el pellejo y el hambre las tripas. Solos en esa casita, de intrusos, mitad bloques, mitad chapas.

A los dos de la mañana, sentimos las sirenas, el barullo vecinal era brutal. Los instintos se te agudizan en esas circunstancias, ¿sabés?. Sin pensarlo mucho, le ordené a Mario que saliese rápido de la casa. Como pude me arrastré desde mi jergón, por el piso de tierra, llevándome por delante la garrafa y la única mesa desvencijada. Las sucias tazas de la magra cena, cayeron. Arropé con lo que pude a los dos chicos, cargándolos en mis brazos. La calle era un infierno, la noche era gélida y hambruna, los bomberos gritaban que nos alejáramos. Mario lloraba dando vueltas sin decidirse a salir del todo, esa fue una de las pocas veces que  grité a alguno de mis hermanos, para que obedeciera de una vez.  Mis ojos, mis ojos buscaban a mi madre entre el gentío. La desolación, miedo, hambre catapultaban mis ansias de encontrarla en cualquier par de ojos con pollera. Lo poco y ruinoso que teníamos se prendía fuego...no sabíamos de la vida nada que no fuese pobreza y ensañamiento. Los vecinos tan pobres, o más que nosotros, sus casas,  perros y gatos, eran fantasmas iluminados por las lenguas de fuego. Algunos miraban, otros trataban de salvar lo poco que tenían. Pasaban a nuestro lado como si fuésemos incorpóreos, cosas y personas eran uno, desdibujados por la desgracia y la oscuridad, eran simples bultos,...  Mario se  despegó de mi lado, para correr al lado de uno de los bomberos. Aquel niño de 9 años, mal comido,  lloraba mientras le imploraba al hombre, tironeándole la manga: “Por favor, por favor, atrás, en el fondo, tenemos a una perrita con cachorros. ¡Sáquela, por favor.!”

¡Era cierto, fijáte, como éramos pocos para repartir la penuria, él había dado casa y un poco de nuestra hambre a una callejera! que parió en una caja, 8 cachorros de los más diversos colores y tamaños. El bombero, le acarició la cabeza, habló algo a sus compañeros y entró. Ya habían tomado fuego las casas linderas. Tardó unos 20 angustiosos minutos en volver. Pero trajo la perra en sus brazos. Se la entregó a Mario. Yo seguía buscando a mi madre, preguntándome que haríamos, nosotros cuatro solos. Mario se sentó en la vereda, con la vagabunda entre las piernitas. Me miró sonriente, los surcos que dejaban las lagrimas, en la mugre de su rostro... no lo voy a olvidar más, y preguntó: “¿Mamá cuando llega?

Esa fracción de segundos,  esa pregunta simple, para la cual mi corazón no tenía respuesta, fue la culpable; la entenada escapó de las piernas, y se zambulló por la puerta de nuestra casita. Ligera, ágil. Quedamos desolados, el fuego era impresionante. Era la única fuente de luz en el barrio. Alumbraba dolorosamente todo el entorno miserable. El rostro del bombero fue una respuesta terminante, al pedido aún sin formular, de mi hermano.

Pasaron las horas lentas, todo se redujo a unos pocos escombros. Los vecinos  nos habían alcanzado tazas con leche. Los bomberos preparaban sus mangueras y equipo para irse, todo había culminado para ellos. Pero para Mario no, encaminó sus pasos nuevamente al auto-bomba. El mismo hombre estaba al volante, escuchando idénticas palabras de las 3 de la madrugada: “Por favor sáquela, por favor”. Sería inútil explicarle, todo parecía ya inútil. Vaya a saber que fibras tocaba el pedido de mi hermano, que, bajándose, aquel fortachón entró nuevamente a la casa en ruinas.

Esta vez demoró un poco más, pero salió con la caja . Dentro estaban la perra, con sus cachorros prendidos de las tetas, muertos, el denso humo los había ahogado, sin remedio. ¿No se si comprendés...?  La forma de calmar los aullidos de su cría, fue darles de mamar hasta que dejaron de existir. Ella también se fué, claro.  Fué su opción de vida. Mis ojos jamás volvieron a encontrar los de mi madre, quedé toda la vida buscándola. Por eso...por eso mismo te decía :  Podés llamarme como quieras, pero entendelo, no ofendés, no lastimás. Sólo me haces digna cuando me llamás : “Perra..”

 

Cuento

Cuento

318 

 

La tarde caía, con sendos nubarrones pronosticando tormenta, el aire se respiraba pesado. Me cebé un mate detrás del mostrador, abrí un cajón; ahí estaba: dentro de una vieja carpeta, mi baja del ejército, mi salvoconducto, mi pasaporte a mi vida tal como la había soñado. Estudiar Veterinaria fue algo vocacional, recibirme una alegría y poner mis sentimientos al servicio de los animales una prueba, infelizmente no aprobada, hasta cuatro años después de recibido.

A los veintiocho años era veterinario de una Unidad de Caballería del Ejército. Pasé a tener la tarea de controlador en los Raid de Guerra. Fue cuando comenzó mi lucha interna. Dos años debatiéndome.

Ser controlador no me era grato, las ansias de ganar de los humanos a costa del animal me producían repulsión. Al humano no le importaba el costo, quería sobresalir, llegar, ganar. Poco afectaba llevar el caballo al límite.

Tener el poder de “liquidarlo”, si ya no respondía, fue una potestad que odié.

Por el mes de Noviembre, el día 15 exactamente, se llevaría a cabo un Raid de quinientos kilómetros; nuevamente tendría que ver un espectáculo desagradable por el cual pagaban.

La mente indicaba un camino, el corazón otro.

Más de uno de los animales comenzó a tener problemas a los doscientos y algo de kilómetros; mi atención se centró en uno especialmente fatigado.

El 318 se desplomó a tierra a los trescientos. Le diagnostiqué junto al enfermero, neumonía.

-         Habrá que matarlo, doctor

El 318, era lo más parecido a un pequeño gorrión tirado del nido, ante la mirada felina del enfermero, yo me resistía...Sus ojos ... sus ojos blandos....

-         No, lo voy a trasladar a la unidad.

-         Pero...Doctor, ¿para qué? No tiene solución

Aquel caballo fue un desafío personal y solitario, simplemente a mí me importó salvarlo. Al tener neumonía no debía estar acostado mucho tiempo sobre un lado, había que obligarlo a rotar, pararse, para que no colapsaran sus débiles pulmones. Fue una semana de trabajo y esfuerzo con éxito. Aquel trato continuo con el animal creó lazos afectivos ineludibles, incondicionales. Al entrar a la caballeriza, sentirme a su lado, relinchaba rascando sus patas en señal de reconocimiento.  

Personalmente me importaba muy poco las miradas suspicaces de los enfermeros y caballerizos cuando nos veían en pleno romance de cuidados y reconocimiento. Hacía días me sentía mal físicamente, me estaban tratando por una gripe, andaba decaído, febril.

El 2 de Diciembre, no soporté más; desde la ventana apenas pasado el mediodía (mi físico estaba extenuado) dejé vagar la mirada entre los eucaliptos sacudidos por viento que amenazaba con tormenta. Comenzó a llover, suave, pronosticando un vendaval.

Habían 16 caballos atados a una maroma armada de herraduras viejas, entre los árboles, uno de ellos era mi querido 318.

Levanté el tubo del teléfono para avisar: me marchaba a la sociedad médica. El médico de la unidad no lo tomaría a bien, pero no podía más conmigo mismo. Sería saludable hacer otra consulta.

Llegué a la sociedad médica, entre truenos, relámpagos, y una lluvia torrencial. Análisis primarios ya arrojaron resultados: Hepatitis.

Tres meses en cama, adelgacé bastante, los merengues me dejaron harto. Llegó el día de mi vuelta al trabajo, a la unidad del ejercito.

Después de una montonera de papeles aguardándome en el escritorio, decidido fui a ver al médico de la unidad.

-         Así que resultó una hepatitis...

-         Menos mal que la diagnosticaron. ¿No?

-         Sí, era lo próximo que haría. Le mandaría análisis...

-         Menos mal. Dije con aire irónico.

Dándole la espalda lo dejé con la palabra en la boca.

Lo segundo y de relevancia era ir a las caballerizas. Mi paso era apurado, pero más apremiante era del enfermero tratando de darme alcance.

-         ¡Doctor Andrés...!¡Doctor!

Jadeante llegó a mi lado, cuando comencé a observar los animales, habían nuevos caballos. Pero faltaban otros. Entre los faltantes estaba el 318.

-         ¿Que pasó acá?

-         Le voy a explicar...

-         Que sea rápido, por favor.

-         El día que usted, se retiró hubo tormenta, ¿se acuerda?. El hombre balbuceaba.

-         Perfectamente.

-         Bueno los 16 caballos quedaron expuestos a la tormenta, atados a la maroma debajo de los eucaliptos, hubo tormenta eléctrica....

Mi cara se transformaba, pasaba de la ira , al rencor, a la lástima por los caballos, los recordaba perfectamente, atados, bajo los eucaliptos.

-         Cayeron varios rayos, uno de ellos dio en la maroma. Los mató.

-         Me está diciendo, que murieron electrocutados,¿ porqué nadie de todo el batallón pudo sacarlos a tiempo?

-         Bueno, como llovía que se las pelaba, nadie quería salir. Pero yo sé Doctor como siente usted a los animales, por eso le guardé de recuerdo una herradura de su 318.

Me acompañó en silencio, me dio una especial.

Pedí la baja ese mismo día.

Mi superior me esperaba en el escritorio, me había mandado llamar.

-         Así que se va, pero Doctor..¡ por un caballo!

-         No, no es por el caballo, es por la indiferencia al dolor, que además sufrí en carne propia.

-         No es para tanto, tampoco.

-         Claro ni es su salud, ni su vocación la que está en juego.

Los ojos del hombre me incineraron, con frío del alma, de un alma vacía

-         Bueno, inútil seguir hablando, tomé acá tiene lo suyo.

Mis manos temblaron de alegría cuando tomé el papel, ese certificado que significaba la Libertad.

Autor: Mariela Rodríguez

Ilustrador: José A. Lardone (mendoza-argentina)

Cuento

Cuento

DOS TIAS

Eran las diez de la mañana, aún estaba fresco, deseaba que llegara la primavera. El calor de la estufa hacía que los vidrios de la ventana se empañaran. Mientras esperaba que el sol del mediodía calentara el fondo; tomaba el café a sorbitos pequeños, como era su costumbre. Hoy la consulta empezaba tarde, dos pacientes cancelaron las citas. Podría estar mas rato al sol en compañía de sus tías....

Ellas habían quedado solteronas, como única sobrina quedó con ellas a su cargo y prometió no dejarlas solas. Su esposo nunca estuvo de acuerdo con traerlas, tuvo que ir sola por ellas, pero su palabra era su palabra.

Renzzo siempre le dijo que era una “rara” .

Por el fondo se paseaba Bartolomeo, su querido pato blanco ya viejo.

Fue regalo de Renzzo para un cumpleaños, después de pedírselo mucho.¡ Era tan lindo! Nunca quiso perro o gato como todo el mundo. Ella quería un pato.  Le mando hacer un anillo.¿ Porque no podía tener anillo como las palomas mensajeras? Esa si!!! que fue una discusión.

¡Y si que lo tuvo!. Un hermoso anillo labrado en plata, costo varias peleas por la inutilidad que representó para su marido la compra. No entendió que su pato mereciera un trato especial, menos que precisara un anillo de paloma mensajera. La verdad es que Renzzon no entendía mucho de su interior y sentimientos.  Mirenchu ganaba casi siempre aquellos pleitos caseros con dulzura.

El sol comenzaba a calentar, y ella se sentía viva, ansiosa por sacar a las tías a tomar sol. Calzó sus zapatillas, el césped podía tener aún algo de humedad. Le dio comida Bartolomeo y metió el pie derecho en unos de los huecos que preparo el año pasado para el curso de comida aborigen australiana.

Aparto las piedras que se usaba para cocinar en la tierra con el calor del sol. Fue un curso de tres años bastante batallados con Renzzo. Durante meses discutieron por la inutilidad del curso,  dejaba el fondo con piedras que terminaban rompiendo las maquinas de cortar césped del jardinero. Secretamente le dio la razón en algo, nunca logró cocinar nada,  la temperatura nunca se acercaba ni en verano, a las altas que se dan en el desierto australiano. Gracias a dios su sangre vasca se interpuso ante las dificultades y las peroratas de su esposo, y termino el curso.

El fondo había quedado como campo minado, intentó tapar los huecos pero alguno se había escapado, lo taparía, al caer la tarde.

Se acordó cuando vino su amiga Felicia a tomar el te, mirando el fondo, le dijo:

-         Mirenchu ,¿ tenes topos en el fondo.?

A su paso hacia aquel galpón con sótano, en el guardaban todo lo no se usaba, Bartolomeo la saludo con su graznido de bienvenida, siguiéndola como si fuese su madre. Le lustro el anillo de plata con una franela  especial que dejaba a mano.

Se sintió culpable de no poder ganarle la batalla a su marido con respecto de sus tías. Las había ido a buscar a Paysandú. Ella les había dado un lugar en la casa, y como la mayor parte del tiempo lo pasaba en la consulta , las había llevado allí. Pero fue inflexible.

-         Sacás a tus viejas de la sala de espera, Mirenchu, la casa es grande.

Llego al galpón, el sol hacia despedir un olor fresco del musgo de su puerta. Puso la llave en el candado grande y descorrió la gruesa cadena oxidada. Renzzo siempre estaba por poner luz en el galpón pero lo olvidaba. La puerta al sótano estaba al lado de la entrada, de manera que se veía perfectamente por la luz del día. Tiro de la manija ,- le pondría aceite a esa puerta- y bajo con cuidado los tres escalones, que la separaban de sus tías. Mentalmente se pregunto si haberlas ido a rescatar del olvido y soledad para tenerla encerradas estaría bien.

Las condujo lentamente con cariño y cuidado hacia fuera. El césped estaba bien verde y Bartolomeo se paseaba elegante. El fondo era grande, con piscina, y un Kincho hermoso donde algunas noches hacían asado y se juntaban con amigos. Dos sombrillas con juegos de sillas en madera y lona blanca adornaban el costado de la alberca.

Un banco de plaza verde, y una hamaca de jardín debajo de un Jacarandá, y de frente un aljibe falso con azulejos  pais de calais, que brillaban como encerados.

Ese era el lugar preferido para sentarse con sus tías y darles un poco de trato humano y conversación. Las viejas siempre fueron sus preferidas después de su papá. A propósito de su padre en un mes estaría con ella., y sería una nueva discusión. Pero una compañía para las dos tías. Quizás convenciera a Renzzo de darles un lugar mas cerca de su consultorio.

Mecía la hamaca suavemente, entrecerró sus ojos , tenia hora y media antes de la consulta. Hora y media de luz solar para la tia Lidia y la tia Orlinda, una a cada lado de su cuerpo...

-    ¡Mirenchu, tenes cuatro pacientes esperando...!!La voz de Renzzo la despertó.

-         Bueno ya voy, si no protestaras , podría llevar a las tías a la consulta y así....

-         De ninguna manera, vos y tus cosas raras.

-         ¿Pero que tan de raro tiene.....

-         No discutamos, llegamos a un acuerdo ¿no? Ya bastante tengo con Bartolomeo que se cree perro cuando tenemos gente a comer. ¡ Los cráneos de tus tías se quedan en el galpón !

Autor: Mariela Rodríguez

Iustrado : Juan Sosa Di Cono.

Cuento

Cuento

ECLIPSE DE CORDURA 

 

Siempre fui racional. Por eso, no deja de sorprenderme como me dejé llevar aquella noche por sentimientos encontrados.

El día se había desarrollado con tranquilidad. Unos pocos pacientes de rutina; hacer el almuerzo para los chicos y mi marido. Arreglar un poco el loquero en que se convertía la casa después de casi una semana de guardia y hacer  llamadas.

Sonó el teléfono y uno de mis hijos me pasó el teléfono.

Estaba de guardia como médico forense, al servicio de lo que pudiese ocurrir y del juez.

Esa noche reclamaban mi presencia en una seccional. Habían detenido a un hombre joven, en los límites de la capital, donde comienzan los campos de sembradíos de fruta y verdura.

Le pedí las llaves del auto a Ramón; con paso apurado, molesta por la hora, eran las 22 horas, estaba por  terminar la guardia, tenía que trasladarme lejos y tarde. La noche estaba apacible pero algo me llamó la atención. Más temprano, antes de cenar, había mirado por la ventana y una luna hermosa coronaba la noche.

Sin embargo ahora no había luna.

Cuando atravesé la puerta del edificio, todo estaba tranquilo. Dos policías tomaban café.

-         Buenas noches, soy el médico forense

-         Buenas noches doctora, el juez no va a venir... pero tenemos un detenido.

-         Bien.¿Qué sucedió?

-         Recibimos llamadas. Había un hombre robando las quintas. Después otros llamados informando que habían lastimado a un individuo de sexo masculino y que estaba herido. Hicimos varias rondas, hasta que lo encontramos.

-         Lo hallamos pero el N/N no estaba robando nada. Dijo el policía joven.

-         Lo examinaré para ver si está herido...

-         Lo va a tener que mandar al psiquiátrico doctora.

Me condujeron hasta la celda. Un hombre joven de unos treinta años, miraba por la ventana con tristeza, tenía heridas leves pero tenía... parecían pedradas. Estaba descalzo, un pantalón viejo y el torso desnudo.

-         Buenas noches, soy la doctora ¿qué le pasó?

-         Nada grave doctora, pero me tiene que dejar salir

-         Tranquilícese, lo voy a curar, mientras cuénteme que estaba haciendo en las quintas. Lo demás lo hablaremos después,

Los policías acercaron el botiquín y se fueron.

-         ¿ Lo apedrearon ?. Pregunté.

-         No tiene importancia, tengo que salir.

-         ¿Cuál es la prisa?

-         Si hay apuro, ¿ porque sabe? Tengo que llevarla de un lado para otro.

-         ¿Qué cosa tiene que llevar? Dije mientras miré alrededor sabiendo que nada tenia.

-         La esperanza, doctora. Yo empujo la esperanza de un lado a otro todas las noches. Para que todos tengan un poco.

-         ¿Así que usted empuja la esperanza ? Para que todos tengan un poco, digamos, la va moviendo.

Ya casi había terminado de curarlo, pero lo que escuchaba no dejaba de sorprenderme. Una locura tan linda nunca se me hubiese ocurrido.

-         Si, la empujo. La luna me ayuda con su luz. Sino, no vería por dónde la tengo que llevar

-         Pero lo pueden confundir y herir. Los dueños de los campos cree que usted esta robando y lo han lastimado.

-         Tengo que empujarla doctora, la esperanza debe estar todos los días en un lugar diferente. Si no lo hago, llamarán a otro que lo haga. ¿Sabe? El encargado de llevarla ahora soy yo.

Esto último lo decía con un orgullo. En sus ojos solo podía ver bondad.

Me había encontrado en situaciones tristes y dramáticas. Pero en ese momento tenía que decidir entre dejar al hombre suelto o internarlo en un psiquiátrico. Nada había hecho. Estaba loco, pero su locura a nadie hacia mal sino a si mismo. Los hospitales para enfermos mentales eran peor que una cárcel.

Seguía frente al informe sin escribir la sentencia de encierro por demencia...

Perdí tiempo deliberadamente tomando café con los policías. No la escribí.

A las dos de la mañana les dije:

-         Señores, van a tener que llamar al otro doctor, mi guardia terminó hace dos horas.

Me miraron sorprendidos y cómplices.

-         No, ¿para que vamos a llamar? El N/N no hizo nada, ya lo curó, lo dejaremos libre

-         Bien, buenas noches caballeros.

Cuando faltaban apenas cinco cuadras para llegar a casa, el espejo del retrovisor me devolvía nuevamente una luna llena, hermosa, tal como la había visto temprano. Una sensación misteriosa me recorrió.

Unas cuantas noches no abandoné el cielo con la mirada, buscando la luna e imaginando al loco empujando la esperanza de un lado a otro. Me sentía feliz de no haber contribuido a su encierro. Con el transcurso del tiempo fui olvidando.

Hace un año de esto y la violencia va en aumento, en la calle como en el supermercado.

Casi en todas las guardias me encontraba con uno o dos cadáveres. Las personas se matan por una discusión.

Por eso anoche cuando me llamaron no me sorprendió.

Subí a la camioneta policial y comenzamos a recorrer la carretera. Dejábamos la ciudad lejos, de frente veía como la luna se eclipsaba levemente.

Me trajo recuerdos. Abandonamos la carretera para tomar un camino, luego otro y otro; hasta pensé que en cualquier momento, se terminaría la senda.

El vehículo se detuvo, los policías bajaron, uno me abrió la puerta.

-         Tenemos que seguir a pie, doctora.

Caminamos hacía un lugar donde se adivinaban sombras, en un pequeño claro entre el maizal. Un grupo de personas con una sola linterna, murmuraban bajo.

Se erguía siniestro un espantapájaros. Presentí lo peor, la luna ya no estaba.

Nos fuimos abriendo paso hasta el lugar. Caminé lentamente hasta el muñeco, su débil cabeza colgaba, sus ojos apuntaban el piso, lo fui descubriendo poco a poco con la luz de la linterna.

A sus pies mi N/N de un año y medio atrás, sus piernas encogidas, el mentón clavado entre las piernas, lloraba amargamente.

-         Hola, tanto tiempo

Su mirada se elevo hasta la mía. Sus ojos llenos de lagrimas me conmovieron como hacia tiempo nada lo lograba. Tenía heridas. 

-         Hola doctora.

-         Hola, ¿que pasó esta vez? Pregunté sabiendo de sobra lo que pasaba.

-         Me cansé, no la empujo más. Lo hago por el bien de todos y me lastiman.

Me desconcertó. El buen loco se había hartado de que lo humillaran.

-         No empujo más la esperanza, ¡que se quede donde quiera!.

-         Pero...¿y si no la empujas que vamos a hacer?

Mientras lo curaba, me atacó el pánico.¿Como se rehusaba a seguir empujando la esperanza ? La luna se había ocultado totalmente.

-         Tenés que seguir, no te des por vencido.

-         No valoran mi esfuerzo, ¡que lo hago por ellos!.

Allí en plena noche estaba con el N/N tratando de convencerlo de seguir con su locura, cada vez mas lejos de internarlo, mientras los policías, dispersaban a la gente alejándolos. No se me ocurría argumento alguno para hacerlo cambiar de idea.

-         ¿Sabes? Mirá, la luna se fue decepcionada. ¡No podemos quedar sin esperanza ni luna !.

-         Es que ella sale para que yo pueda ver donde empujar. Como no empujo no sale.

-         Por eso mismo....vos tenés que seguir. No me vas a decir ahora que unos pocos cuerdos pueden más. Vamos, fuerza, ya sale de nuevo la luna, es sólo un eclipse de cordura, dura poco.

Me paré en mis dos piernas, tembleque, caminé unos pasos hasta los policías. Miré el cielo la luna asomaba apenas una puntita. Sonreí con paz , estaba chiflada...

-         Nos vamos. Dije a los policías.

Y sin mirar atrás me alejé, sabiendo que la esperanza estaba en carrera nuevamente.

  

Autor: Mariela rodriguez

Ilustración: Juan Sosa Di Cono

Cuento

Cuento

ESPERANZA

Mi pasión siempre fueron los caballos, animales nobles, emblema de fortaleza y firmeza.“Esperanza” era hermosa, jamás pensé que mis padres pudieran hacer el esfuerzo de regalármela.

Mi sueño de toda la vida, era correr en sulkis, hasta el momento había sido un simple observador de las carreras, y mis expectativas, sólo anhelos lejanos.

Ahora con la potranca tendría la oportunidad tan deseada. La habían adquirido con sus ahorros a uno de los mejores criadores de caballos.

Nos criamos juntos,  inseparables. Se volvió el eje de mi vida, nunca dudé de que ella sintiera lo mismo por mi. Aquel divino animal sería , durante años el centro de mi atención , cariño y cuidados.

De potranca la acostumbré a darle azúcar o zanahoria, ambos alimentos eran su mejor manjar, a cambio yo recibía su húmedo y tierno lamido en la mejilla. Esa costumbre se arraigó con los años y se volvió infaltable entre nosotros.

Tenía el pelaje suave, gris casi plateado, sus ojos enormes, blandos, dulces como jamás había visto. Se dejaba peinar las crines horas, mientras su cuello giraba hacía mi lado, su hocico largo y sinuoso acariciaba de una forma casi humana mi rostro. Era increíble como aquel animal podía ser tan grande y suave a la vez.

Al bañarla con cepillo en mano su cola acariciaba mis piernas.

Las patas eran cuatro hermosos fuertes pilares, elegantes, nerviosos y siempre en movimiento. Eran cuidados únicamente por mi, les ponía las vendas, polaínas, cubrenudos y cubrecañas, jamás dejé los aprontes de una carrera en manos de otro.

La entrené para correr junto con un avezado y veterano instructor. La yegua era mi vida, realmente la amaba, no me imaginaba sin ella, éramos inseparables amigos y compinches.

Corrimos muchas carreras, cuando estuvo pronta y lista para hacerlo. Ella desafiante, segura, era la mejor. Nunca perdía la garra , tampoco su tremenda dulzura.Lograba tener las mejores condiciones del animal y del humano. Me colmó de medallas, copas y premios. Pero lo más importante era tenerla a mi lado, sentir como oía mi corazón cuando éste estaba triste, sus ojos marrones parecían adivinar lo que por mis adentros pasaba. Me escuchaba hablarle a la oreja, contándole mis pesares ella respondía con suaves relinchos, no cabía duda, comprendía mi alma .

Pasaron unos años cuando nos tocó correr una carrera en Porto Alegre. Allá fuimos. Salimos, dejamos las cintas de largada, en tercer puesto, no me preocupó sabía de la experiencia de “Esperanza” en las competencias. Cuando estábamos en segundo lugar, en la mitad de la segunda vuelta, el primer sulki tuvo problemas. Una de las ruedas se desprendió,  atravesándose... Veníamos detrás casi a punto de  robarle el primer puesto, cuando vi lo que pasaba , pero fue en vano, imposible hacer nada. “Esperanza” ya estaba encima del accidente, tropezó... Salí despedido  por encima de la yegua. Atrás nuestro iban cayendo los demás competidores, en cadena, como piezas de un maldito dominó...

Todo se volvió un infierno de personas, sulkis y caballos cayendo por doquier.

Me levanté maltrecho, con una gran herida en la pierna derecha, me dolían todos los huesos. No me importó el dolor, mi mirada se centro en “Esperanza”. No se levantaba, tan sólo seguía mis movimientos torpes hacía ella, con sus ojos llenos tristeza y dulzura.

Corrió el veterinario…

La caída había sido fatal,  nunca más podría correr,  nunca más caminar como solía hacerlo, con ese porte tan propio de ella, tan particular y elegante.Mientras la trasladaban la observé,  aunque difícil de creer para aquellos que no aman a los animales; ella parecía comprender la gravedad de la situación.Pasaron meses, mis ansias de correr se acabaron, los ahorros por mantener a “Esperanza”  conmigo menguaban...

No sabía que hacer. La razón, y los veterinarios me decían que debía sacrificarla.¿Cómo matarla?¿Sólo porque ya no podía correr, darme logros en  campeonatos, llevarme medallas?

Me fui a caminar, tratando de despejar la mente, caminé por la Av. Millán, me encontré sin proponérmelo en las puertas del Hogar Español, ahí donde van los ancianos cuando no tienen a nadie que cuide de ellos. Cuando parece ser que su vida útil a llegado a su fin.

Había leído en un articulo, que los ancianos se recuperan mejor de sus tristezas si tienen animales con ellos..¿Porqué no, “Esperanza”?

Ella tenía más amor para dar que muchos humanos a los que había tenido la desgracia de conocer. Allí sobraba lugar y cariño para darle. Nada se perdía con probar de hablar …

Salí contento, feliz. Tuve miedo del rechazo, de una negativa pero no fue así. La propuesta que la yegua quedará en el hogar le pareció bien al gerente del lugar.“Esperanza” tendría por delante una sola tarea, animar y darle todo su afecto a los internados en el hogar.

Me llené de gozo cuando a las tres semanas de haberla llevado, fui a visitarla, la vi…

Un viejito le cepillaba la crin plateada mientras le daba en aquel querido hocico un terrón de azúcar.

Ella estaba libre en aquel inmenso parque, ya no tendría que competir, sólo dar la dulzura de la que siempre me colmó a personas que lo necesitaban más que yo.Sus blandos ojos se volvieron hacia mi, parecía darme las gracias de dejarla en buenas manos, de terminar sus años de esa hermosa manera. Sólo tenía que gozar del afecto de aquellos que tanto necesitaban, brindarlo  y recibirlo.

Para mi también culminaba un tiempo, el de la competencia. Uno nuevo comenzaba: el de acariciar los recuerdos, abrigar el amor que la yegua me brindó por años.

Revivir los instantes de mutua compañía no sería un ciclo menos importante y gratificante.

Tan sólo un ciclo diferente, de otra magnitud...  

Cuento con Mencion de Honor en concurso Ecqus/Grupo Erato año 2004

 Autor: Mariela Rodríguez

 Ilustrador: José A. Lardone (mendoza-argentina)

Cuento

Cuento

LOS FANTASMAS DEL PROGRESO

 La lluvia era torrencial, no se veía nada. Uno de los dos policías entró chorreando, dejando por donde caminaba charcos de agua.

-          ¡Qué maldita lluvia, no sé cuándo va a parar!

-          No sé a qué saliste de ronda, en una noche como esta, si total no hay nada que cuidar.¡ Esto es un pueblo fantasma.! Dijo el otro mientras secaba el piso.

La puerta se volvió a abrir para dejar entrar a un hombre en el que las arrugas marcaban el tiempo, y las bolsas debajo de los ojos un tiempo que no era este; la lluvia lo había calado y traía consigo un farol.

-          ¡Fantasma; lo hicieron después de la represa! ¡Andresito jamás fue pueblo fantasma!. Dijo el viejo apoyando el farol encima de la mesa cercana.

-          ¿Por qué no se mudó? Masculló el empapado, mientras servía unas grapas.

-          ¡Pero Don anda por ahí pegándonos sustos con el farol! Acá no queda nadie ya. Y acercándole una silla le sirvió una grapa.

-          ¡Claro, linternas, pilas, luz y más luz para el consumo.! No venga a decirme usté mocito quién queda y quién no...Yo me voy a quedar acá hasta encontrar a la Casilda, ya bastante tengo con no enterrar al Catucú.

-          Mire Don, todas las gentes se fueron pa’el nuevo pueblo Andresito, y usté acá de porfiado.

-          Tercos fueron los que hicieron la represa...pero claro, había que poner las famosas turbinas. No pensaron en las gentes que tuvieron que desalojar, como si dirse de sus casas fuera cosa de todos los días. Yo no hubiera tenido problemas en dirme si Catucú no se hubiese encariñao con la Casilda.

-          ¿Quién era el famoso Catucú?

-          Mi perro cimarrón, me lo había regalao un estanciero de Young. La Casilda una carpincha guacha que dejaron sin madre unos cazadores.

-          ¡Hágame el favor!, no me imagino a un cimarrón encariñao con una carpincha.

-           Ahh seguro que no. Pues sí, mi perro se crió con una carpicha media guacha, que salvé de los jabalíes. Todo iba bien; hasta le puse un cencerro a la carpincha, pa’encontrarla enseguida al borde del río. Ella presentía el sendero por el que aparecíamos, el Catucú y yo. Pero poco a poco el agua nos fue ganando los terrenos. Nos acorralaba, pero igual nos encontrábamos, un poco más allá, un poco más acá, pero nos encontrábamos.

-          ¿Vio?, por eso le decimos, se tiene que dir , dentro de poco ni esto queda. Tuito se lo llevará el agua.

-          Mire señor polecía, yo voy a seguir buscando a la Casilda con mi farol porque el cimarrón no murió al cuete. No me asusta la represa ni sus turbinas, que me lleve el agua si el Tata Dios quiere.

-          Tómese otra grapita de mientras hasta que pare esta maldita lluvia y cuente qué pasó con el cimarrón.

El viejo se acomodó en la silla, y sacando un curtido cuero con hebilla, se tomó la grapa de una, carraspeó y alguna lágrima  quedó contenida en una de sus arrugas...

-          Ya la represa había desalojao a la mayoría, pero nosotros quedamos al firme. Ese día salimos rumbeando pa’l camino. En eso me topé con una crucera que maté de un machetazo, eso fue mal augurio. El agua venía atropellando a tuitos. El cencerro de la carpincha no se oía y el perro andaba como loco dando volteretas y empujándome.

-          De repente lo oímos , el Catucú antes que yo. Pero al contrario de siempre el cimarrón comenzó a ladrar y mostrar los dientes. La verdad señores, desde donde yo estaba sólo veía los cuartos traseros del perro y a la Casilda saliendo del agua a recibirnos. El lomo tuito erizado, las patas clavadas en la tierra y los colmillos afilaos apuntando hacia el agua. La baba de rabia se escapaba de la boca y de un salto increíble pasó por encima de la carpincha pa´salvarla de un enorme yacaré., Casilda huyó despavorida, dejé de oír el cencerro. Lo único que se escuchaba era el feroz chapoteo en el creciente embalse. Lo que recuperé de mi perro, fue este pedazo de collar.   

-          ¡Bicho asqueroso el yacaré.!

-          No señor, los yacarés no tienen  culpa, la creciente fue tan repentina que también fueron desalojados. Las gentes, las casas, los árboles y bichos, tuitos fueron corridos sin preguntarles. ¡ El famoso progreso, que le dicen...! 

-          ¿Y ahora que va hacer Don?

-          Voy a seguir buscando en las orillas, con mi farol, a ver si tengo suerte y encuentro a la Casilda.    

Dicho esto se levantó, la lluvia había parado y desapareció en la noche.

La represa subió y se lleno el embalse programado por los ingenieros. Ya ni el puesto de vigilancia, ni los dos policías para cuidar el pueblo fantasma quedan. Hoy, todo Andresito duerme bajo las aguas. Pero se sabe que el río Negro, de noche, tiene además de una luna que platea sus aguas, la luz tenue de un farol, el tintineo de un cencerro y el ladrido de un heroíco cimarrón.

Autor: Mariela Rodríguez

Ilustrador: Guillermo Bernengo

Cuento

Cuento

DISCURSO FINAL

El bar, a escasa cuadra y media del endilgado Edificio de Ciencias, era concurrido por profesores, alumnos con aires de grandeza y los intelectualoides de turno.

Los dos viejos catedráticos eligieron la mesa contra la ventana. Pidieron un par de whiskys y cenicero.

A pesar de la fría noche, dentro se estaba bien.

 -          ¡Muy buena la conferencia!

 -          Si. Acotó parcamente Fernando.

 -          ¿Nada más que Sí?

 -          Es que no soporto más. ¡Aquel mequetrefe de Umpierrez dando el broche final!. Cada vez que tomo una revista, veo los reportajes que le hacen.

 -          ¡Ahhh, por favor, Fernando, fuiste su profesor durante casi toda la carrera.!

 -          Por eso mismo, no tenés idea lo que fue aguantar su mirada bondadosa, celeste, limpia de rencor durante años.

 -          Pero... ¡cuando terminó de dar el discurso lo fuiste a saludar!. ¡No entiendo!.

 -          Eso, justamente, lo fui a saludar. Después de ocho años aún tengo grabada en la memoria los años de facultad.

 -          No es para tanto, che, vos seguiste con la docencia, el tipo se dedicó a la investigación. Un científico al que llaman de Suecia, Francia ...

 -          Ya sé, ¡por favor no lo repitas!. Estoy enterado hasta de la correspondencia que mantiene con las figuras más importantes del entorno.

Tres alumnos interrumpieron el diálogo y se acomodaron bajo la mirada apenas disimulada de fastidio de Fernando. Durante hora y media fueron cinco en aquella mesa.

Cuando quedaron solos nuevamente, con el quinto whisky en curso, Pedro se vió sorprendido por el exabrupto:

-          ¡Le hice la vida imposible!, ¡le hice...!

-          ¿Ehh?

-          Si , eso. Durante las clases, lo dejaba en ridículo frente al resto. ¿Sabés que hacía?

-          No..

-          ¡Nada! Se sentaba. Sólo me miraba. Le ponía dificultades en los parciales, lo complicaba cada vez que daba un oral. Pedro: ¡¡¡ le hice perder dos años consecutivos por la misma materia !!! ¿Que obtenía?... NADA. El tipo, siempre me trató con respeto. Jamás pude quebrarlo. ¡Y la mirada!. ¡Odié tanto esa mirada casi transparente, con la que acompañaba las malditas palabras!: Señor Profesor. Esta noche, era la gran oportunidad de Umpierrez . ¡¿Te das cuenta?! Cuando lo fui a saludar: “Umpierrez, qué grato para uno, habiendo sido su  profesor, verlo convertido en un investigador de primera línea”... Y otra vez... sus ojos buenos, celestes y esa impertérrita voz diciéndome: -“¡¡Profesor....mucho gusto!!”

 -   Te juro Pedro... Gritó con cara desencajada por la ira, llamando la atención de los demás concurrentes.

Umpierrez no fingía, cuando sacudiéndome la mano efusivamente, agregó:

 -   Disculpe, profesor, no recuerdo su apellido. 

Autor: Mariela Rodríguez

Ilustración: Guillermo Bernengo

Cuento

Cuento

LA MELENA DE PENÉLOPE

 
La familia estaba invitada al casamiento de la tía Lucia,  por entonces la mansa de Graciela se encontraba en el esplendor de su juventud. Aunque disintió con su madre a la hora de elegir el vestido, se hizo la voluntad de su progenitora; Graciela tenia un don,  el de la paciencia.
-         Éste, mamá!!
-         ¿Y éste, Gracielita? es menos ceñido .
-         ¡¡Éste es más moderno!!!
-         Dejémoslo para Diciembre, para el cumpleaños de 15 de tu prima
-         Bueno, está bien.
      A Graciela la acompañaba desde su nacimiento una dosis de conformismo envidiable, alcanzaba para tener, dar y archivar. Llegó el día. Fue precisamente en el casamiento, donde conoció a Aníbal, ella tenia 19 años y él era empleado del marido de la tía. Ya por ese entonces, se vareaba con un vaso de whisky con una facha bárbara. Cualquier chica hubiese quedado prendada. Tenía  aspecto de Don Juan , y ella de ángel.
-         ¿Bailás?
-         Claro
-         ¿Vos quien sos?
-          La sobrina de Lucia...¿ y vos?
-          Soy empleado de Julio.. ¿Tomás algo?
-         Si, refresco.
 Apareció con dos vasos: refresco en uno, el otro con whisky y así siguieron, hasta que los novios se despidieron, sólo quedaban los familiares.
-         ¿Te gustaría ir al cine, el sábado?
-         Me encantaría.
-         Te llamo
-          Si ... adiós
-         Chau.
No fue ese sábado, sino al tercer sábado que llamó, y de no tener la paciencia  de Graciela, ese hubiese sido el último llamado, pero no fue así ..
La pobre se hubiese ahorrado muchos sufrimientos. Tres años de noviazgo siguieron marcando pautas en el comportamiento de Aníbal,  la impuntualidad, su gusto por las farras, y sobre todo su inclinación por el alcohol. Gracielita pensó que eran cosas de joven, y tuvieron unas palabras
-         Aníbal ¿ podés llegar en hora?
-         No te pongas así,  no va a pasar mas.
 Y la menor de los Méndez seguía esperando
-         ¡Aníbal, otra vez!
-         Sólo unas copas...
-         ¿Podés aflojar?
-         Sí, amor.
Y la menor de los Méndez, esperando... pobre, sería su futuro, el de esperar.
Se casaron, 23 años juntos y Gracielita que seguía aguantando a Aníbal en sus llegadas tardes, soportando infidelidades y sus reuniones, que finalizaban en borracheras. A las infidelidades, promesas... a las llegadas tardes, promesas... a las borracheras más juramentos. Educada para esperar no se le hizo difícil lo que para otra hubiese sido un martirio.
Una de las ultimas borracheras, la agarró de mal humor.
-    Aníbal estoy fastidiada
        Juro que no salgo mas...
        ¡¡Siempre lo mismo, ni los chicos te creen, están cansados de verte así!!!
        Prometo que es la última.
        Yo te juro, hasta que no cumplas tus promesas no me corto el pelo.
        No hagas eso, sabés lo que opino de los pelos largos...
        No me importa.
  Pasaron tres años, Aníbal no dejó de salir, cayendo en la casa borracho y Gracielita no  pisó la peluquería en tres años. El cabello crecía ... Aníbal la observaba de reojo,  como quien sabe que no tiene derecho al pataleo. Ella esperaba un cambio, él esperaba que se cansara de esperar.
Una madrugada de  frío Gracielita se dejó ir de este mundo de promesas incumplidas, se fue esperando y el cabello creciendo.
La velaron en la casa , que empezó a convertirse en un témpano, era inusual que hiciese tanto frío dentro de la casa...
Las vecinas entraron a ver a la finada, se erizaron cuando la vieron. Los de la funeraria,  no supieron qué hacer con toda aquella cabellera que crecía ante sus ojos y aún cuando la usaron para amortajarla,  impávidos ante tamaño hecho sobrenatural, dejaron que el resto colgara fuera del cajón.
Las comadres y vecinos tomaban café , arrebujados en  abrigos, a esa altura ya hacía mas frío dentro que fuera, aquello no era normal, y  la culpa  la tenia el borrachín de Aníbal, en vez de café le daba al whisky entre llanto y llanto.
Las horas pasaban, el pelo  ya llegaba a  la vereda,  las 24 horas  de velorio se acercaban... un vecino acongojado,  no sabiendo qué cosa hacer, trajo un cepillo, peinó la melena acomodándola en silencio, al correr del cordón. Ya nadie preguntaba ,  lo aceptaban, de vez en cuando alguno salía y lo arreglaba. Llegó el entierro, sus hijos decidieron que el cabello quedaría colgando fuera del cajón, así su padre aprendería.
Salió el cortejo, el cabello atrás, seguía de lejos a los amigos, vecinos y curiosos. Jamás se había visto en Minas y que supieran en ningún otro pueblo o ciudad, algo semejante. Cuando alguno miraba para atrás, venía dócil por la bajada hacia el cementerio y creciendo a ojos vistas.
La enterraron dejando el pelo fuera. Aquello desbordaba cualquier imaginación . Los rostros se volvían hacia Aníbal, causante de tamaño fenómeno, con cara de pocos amigos y de reproche,  nunca había cumplido siquiera ni el día de su muerte, y Gracielita, aún muerta seguía esperando.

El cabello siguió creciendo. Aquellos que la visitaban, en vez de flores, llevaban cepillos, los menos  broches. Aníbal obligatoriamente tenía que ver el producto de sus  promesas incumplidas. El silencio reinante  y aquel cabello que se expandía entre las tumbas eran  su castigo. Llegó el momento en que la melena traspasó la puerta central del cementerio minuano y ganó la calle. Iba por los cordones,  los vecinos que salían a barrer sus calles, además del mate y la escoba, salían con peine o cepillo para ordenar  aquella cabellera.

Rumbeaba para las afueras, abandonó las calles asfaltadas para, impasible, peregrinar  por las de tierra... los vecinos escaseaban,  igual se tomaban el trabajo de caminar los domingos para seguir con aquella peluquería casera, que era un tributo a la perseverancia.
En vida se había ganado el aprecio, después de muerta paso a ser mártir, seguía esperando los cambios de aquel tarambana..
Los hijos y Aníbal visitaban la cabellera los sábados. Era el recuerdo mas vivo de la que había sido madre y esposa; antes de salir averiguaban por donde andaba y para allá enfilaban, los hijos con  peine en mano, porque Aníbal aún con remordimiento seguía en las mismas.
El cabello se sumergió en la cañada del Molino,  como hebras  se fueron internando en el San Francisco,  allí se expandió como medusas por el arroyo.
Los pescadores  quedaron encantados, gracias a  la melena, ya no tenían que usar redes para pescar,  sacaban a los peces de la enmarañada cabellera de la finada..
La cosa empezó por los pescadores y siguió por el pueblo, se tomo la decisión de hacerle un monumento al pie del San Francisco por mártir y por santa patrona de los pescadores.
 Aníbal y sus hijos se sentaban todas las tardes de sábado al pie del  humilde pilón de mármol blanco a recordar a Graciela, mientras veían, con lágrimas en los ojos, cómo se alejaba la melena corriente abajo...

Ilustracion: Guillermo Bernengo

Cuento

Cuento

SABIDURÍA CHARRUA


Artigas, era nuestra ciudad; la familia constaba de una abuela materna, mis padres y seis hijos, de los cuales yo era el más pequeño.
Una familia como cualquier otra mirada desde fuera, los problemas económicos para tantas bocas, alguna discusión entre mis padres y la infaltable e inagotable manera de ingeniarnos los seis para traer problemas a la casa.
Pero dentro vivía LA ABUELA, con el rosario en la mano y un bastón viejo hecho de una rama de espinillo, era sin discusión por nadie en la familia, la matriarca.
Sangre charrúa corría por sus venas, cutis cetrino, el cabello como algodón y el infaltable dialecto sólo por ella comprensible.
Mis padres nada decían  respecto de ella,  para nosotros era una incógnita, por momentos de gran dulzura, pero cuando se enojaba con nosotros eran los más terribles, asestaba  golpes con una vehemencia poco usual para sus años, a una vieja mesa de comedor, hablando siempre en esa lengua tan extraña y misteriosa.
Sabía sin alejarse de nuestra casa, lo que hacíamos, lo bueno y lo malo.
Lo bueno era recompensado con largas historias que  contaba, con voz cascada por sus tantos años, mientras el bastón descansaba a un lado de su silla, y entre las manos el eterno rosario. La escuchábamos embelesados, lograba lo que mis padres no podían ni a gritos, tenernos a los seis como pollitos a su alrededor, en completo silencio.  Ninguno  parpadeaba para no perdernos detalle de la historia, relataba sin apuros, con inflexiones propias de una experta, extraía suspiros de alivio, lágrimas y sonrisas con sus finales de nuestros infantiles rostros. Mientras tomaba mate, con los ojos semientornados, nos miraba de reojo para  proseguir con la historia de turno.
Los malos momentos arribaban cuando se enteraba que alguno de nosotros había hecho una travesura, o fechoría.
El responsable entraba a la casa tratando de esquivar en vano los ojos de la abuela, tarea imposible, allí como estaca clavada en su silla con el bastón lo mandaba llamar.
Le daba una reprimenda con dureza aderezada de golpes de bastón en la mesa, sin ningún síntoma de cólera pero sí de firmeza. Terminado el episodio seguían las instrucciones a seguir para reparar lo mal echo por el muchacho causante de la tormenta. El culpable se marchaba cabizbajo por la misma puerta por la que había entrado, a tratar de solucionar los problemas con los consejos de la matriarca.
Nunca le tuvimos miedo pero si un respeto que no se media con palabras, jamás nos levantó la mano, su palabra era suficiente premio y castigo.
La ayudábamos aunque se resistía y quería valerse sólo con viejo bastón de espinillo, a juntar hierbas extrañas, de las cuales nos hablaba, y explicaba sus poderes. Después inundaba toda la casa de perfumes extraños y peculiares. Pero su ancestral sabiduría no nos entraba en su totalidad en nuestras mentes citadinas e infantiles.
La abuela insistía que hablaba y comunicaba con los espíritus de sus ancestros, ellos todo lo sabían, todo lo veían. En su cuarto a solas la oíamos a hurtadillas tener conversaciones en un lenguaje incomprensible. Mis padres no le prestaban importancia a aquello, pero para nosotros era un mundo mágico, al que apenas como pequeños ladronzuelos teníamos acceso a través de la puerta cerrada.
Sólo cuando cantaba a voz de jarro, mis padres se miraban entre sí, como preguntándose que era aquello … y hasta cuando cantaría.
La seguíamos de atrás, silenciosamente, extasiados, tan absortos estábamos en su cantar dialéctico que cuando terminaba, no nos dábamos cuenta, nuestra estúpida sonrisa había quedado dibujada en los seis rostros. Ella nos abrazaba a todos, todavía me pregunto como podía abarcarnos. Nos contaba que los espíritus le habían pedido un canto ya fuera por el tiempo, por la cosecha o algún enfermo. Explicaba sin apuros, con la paciencia de la sabiduría que cada cántico era diferente del resto, según lo que se quisiese lograr.
Fueron muchas veces las que nos corrió de su lado, nos alentaba para salir a jugar, decía era muy vieja y  se cansaba. Pero siempre con una dulzura que jamás encontré en otro ser humano. Seguramente esa dulzura propia de un pueblo abatido, y masacrado.
Era entonces cuando con bastón y rosario quedaba horas en absoluto silencio, al que ninguno se le ocurría perturbar. O se encerraba uno o dos días en su cuarto,  sólo permitía  se alcanzara un poco de pan y agua.
Llegó un verano y nos llamó a todos a reunión,  para ésta en especial a mis padres, se sentó como siempre con el rosario en la mano y el bastón descansando sobre sus ancianas rodillas.
Tomamos sillas, esperamos…
-         Los espíritus me han hablado,  es hora de partir con ellos, mi vida aquí culmina, lo que tenía como tarea traté de cumplirla. Otro juzgará yo no. No quiero lágrimas ni llantos. No conducen a nada, solo traerían tristeza a mi cansado y viejo corazón. Parto feliz. Espero que ustedes también, me dejen ir en paz, queden tan tranquilos como yo. Sólo algo tengo para pedirles… voy a mi cuarto, durante todo un día no quiero golpes en  la puerta, ni me alcancen pan y agua como otras veces, ésta vez no es necesario que se preocupen. Tomen mis palabras de ésta sencilla pero querida manera. Cuando el sol vuelva a nacer en el horizonte deseo vayan todos al cuarto, pero mi Emilio, el más pequeño de los seis estará encargado de abrir la ventana para que pueda volar y así estaré con ustedes de nuevo, aunque de otra forma…
Dicho esto se retiró a su cuarto, con el paso vencido por sus noventa y seis años, se encerró tal como lo había dispuesto. Nadie durmió esa noche en casa, del cuarto de la abuela no salía ningún ruido por más pequeño que fuera, cuando amaneció todos abrimos la puerta. Allí con una sonrisa pintada en sus finos labios, y fría como el mármol estaba la abuela. En un rinconcito de la ventana se encontraba acurrucado un pequeño y hermoso gorrión, Emilio subió la ventana, el pajarito voló ganando altura surcando los cielos artiguenses.
-         Emilio ¿ Qué haces? Están todas las personas que citaste en la oficina esperando por vos.
-         Que esperen un poquito por favor, ya voy, sólo le estoy dando pan y agua a los gorriones de la ventana.
  

Autor: Mariela Rodriguez

Ilustración: Juan Soda Di Cono

BIENVENIDA

BIENVENIDA

EL OJO DE LA CERRADURA 
  
Quienes se atreven a asomarse a mi alma  son inconscientes o valientes. Ella es tan seductora que atrae a incautos y exploradores. Es una casa con un sin fin de habitaciones, en cada una se pinta algo diferente…
Sólo algunos se acercan al abismo de mi morada, donde los rincones son presa de recuerdos y colores. Ella cambia según mi estado de ánimo y de quien se incline sobre los balcones para mirar hacia dentro, en lo profundo.
Algunos han contado cosas maravillosas, otros, las más temibles experiencias. Hubo quien se prendó de una habitación donde escuchó música suave, velos y una odalisca bailando sensualmente, sus ojos negros parecían invitarlo a entrar mientras movía cadenciosamente sus caderas. Otros encontraron una  casa abandonada, cuartos vacíos de habitaciones oscuras, plagadas de  telarañas. Se encontraron en cuartos con débiles recuerdos, que como humildes canoas enfrentan tormentas de olvido como si se hubiese muerto el alma…
Monjes sagrados que inmolaban animales en sacrificio para obtener su trigo;  ninfas en una fuente cantando a  Zeus. Malabaristas de la vida, que con piruetas ganaban el sustento diario, y vagabundos cansados de todo lo visto tirados al abandono. Un monje tibetano en viaje astral rodeado de incienso; brujas montadas en escoba volando cuartos con gatos negros pegados a sus espaldas. Duendes que encontraron el final del arcoiris con el calderón lleno de oro; cholas tejiendo sus tapices con los colores del atardecer…
Mamás contando cuentos a sus pequeños para dormir la siesta; hombres alcoholizados en plena golpiza.
Mi alma esta plagada de cuartos, es una casa sin principio ni fin, es lo eterno y lo efímero.
Solo hay que tener arrojo y valentía, no hay nada seguro en ella, cuando uno se asoma al ojo de la cerradura.

foto: Sergio López

CURRÍCULO


Publicaciones

Cuento-gotas 3 (2002)

Cuento-gotas.5 (2002)

Círculo de Narrativa 1 (2004)

Más allá de los Ojos (2005)


Premios y Menciones

1er. Premio en cuentos Ciudad de San José 2003
  “EL EXTRAÑO DEL BALCÓN”

Mención de Honor AEDI  2004
  “SABIDURÍA CHARRUA”

Mención de Honor  ECQUS Y GRUPO ERATO 2004
  “ESPERANZA”

4to. Premio en cuentos AEDI 2005
  “EL LIENZO”

Mención de Honor  Poesía “50 aniversario KIYU”2005
  “ARENA Y VERDE”
 
2º Premio cuentos  Melvin Jones
Club de Leones de Montevideo
  “TRAJE DE LUCES “

1era. Mención de Honor cuentos Club de Leones 2005
  “JAQUE MATE”

Mención cuentos “80 Aniversario
Club Banco Hipotecario”2005
  “ EMBOSCADA PARA UNA MUERTE”

CUENTOS

CUENTOS

CINCO PLAÑIDERAS PARA JUAN CRUZ

Me llamo Juan Cruz.

Si para los demás, como para mí, fue una cruz tenerme a su lado, será una incógnita. Todo lo que para cualquier ser humano hubiera sido un capital a favor, en mi caso ha sido viento en contra.

Nací inteligente, con talento innato. Quizás hasta -por qué no decirlo- un atractivo muchacho. Muy parecido a mi hermana mayor, igual o más “lindo”, para su desdicha y mi mal futuro.

Mi capacidad es variada. Soy bueno en la música, aunque sin posibilidades de estudio formal. Si en algo me destaco es en la pintura. Toda la familia tiene fuertes lazos con los óleos. Al igual que la música, el arte de la pintura se vio siempre recortada por el descarnado presupuesto familiar.

Trataré de escribir lo que de alguna manera culminó llevándome a ser recordado. No sería conveniente llamarlo “estrellato”.

El no tener prácticamente ninguna posibilidad económica y con un vínculo familiar fracturado dejó a la calle, como única enseñanza.

Cuando llegué a la adolescencia incursioné en el tabaco rápidamente. No tenía de que avergonzarme. En casa, ambos padres fumaban. No cabía el rezongo, o si cabía no estaba dispuesto a escucharlos. A los 15 no sólo fumaba, también bebía con ahínco. Con la bebida olvidaba la mediocridad en la que me movía a diario. Llegaba a casa de día, totalmente borracho. Era entonces cuando pintaba con más fervor.

Mis cuadros iban, a mi pobre criterio, mejorando. Claro, no tenía más críticos que allegados y familiares.

Mis padres se divorciaron, el “universo” familiar terminó, unos por un lado y otros por otro. Mi hermana se casó y yo tomé la calle como vida y sustento. No tardé en vincularme con la marihuana. Fue el comienzo de “buenos viajes”, que derivaron en estimulantes más fuertes.

No fue fácil hacerme de dinero para costear mis inclinaciones. Perdía los míseros trabajos en menos tiempo de los que tardaba en conseguirlos. Mi conducta se volvía cada vez más promiscua, pero mis pinturas mejoraban.

Llegué a mendigar y robar. Finalmente me prostituí. Por las noches, en el submundo donde me movía, era fácil percibir mi necesidad. Rondaban veteranos homosexuales con propuestas. Si bien tuve muchos amantes, llegué a formar una pareja con un hombre de unos 60 años. Hugo no es mal tipo, buena gente, trabajador. Se enamoró de mí.

Mis cuadros estaban ahora un poco más atendidos. Mi pareja facilitaba pinturas, telas y algún marco, con tal de verme contento. Algunos entendidos conocidos de Hugo las vieron. Estuvieron de acuerdo: Juan Cruz pintaba excelente. También fueron casi unánimes en opinar que mi estilo era siniestro. Pintaba macabras siluetas, bocas babeantes, colores oscuros. Lograba encontrar tonalidades de negro, violeta y azules profundos. Mis pinturas sufrientes, trasmitían padecimiento, angustia, terror... los rostros y cuerpos eran siempre distorsionados por un profundo dolor. Tiempo más, tiempo menos, fue por entonces que comencé a experimentar con LSD, lo que comúnmente le llaman ácido, alternando con PCP dándole un delicado baño a mis porros. A partir de ahí , en mis mejores momentos, siempre se me aparecían cinco mujeres, vestidas de negro, parecían llorar. No infundían miedo, pero no entendía quienes eran.

Una recaída grave con la adicción me costó una internación en un hospital estatal para enfermos mentales. Mi vida estaba lejos de ser fácil. Me drogaba, vivía en una depresión constante, con la oscilación de abandonar a Hugo siempre rondando mi corazón y mente. Mi madre llegó al hospital después de 15 días de encierro. Hacía más de un año que no me veía. Supongo que alguien avisó, como corresponde en estos casos. Verme atado en una cama, aislado, desnudo, sucio de mis propias necesidades y pidiendo a gritos que me sacara de allí, no fue resistido por su corazón. De todas formas la hospitalización no aportaba nada, sólo reclusión. No se me suministraba ningún tipo de medicación o solución. No sé cuanto estuve allí, pero todo el tiempo esas cinco mujeres velaron alrededor de mi cama, vestidas de negro y llorando. Volví otra vez a la calle con nuevas promesas de enderezar mi vida. No soportaba más estar con un hombre para sobrevivir.

Pedí auxilio tratando de acercarme a los despojos de familia que quedaban. Mi padre igual de alcohólico o más, nada podía dar, ni a mí ni a nadie. Mi madre se había acomodado con alguien y mis hermanos menores. “No puedo ayudarte Juan, apenas puedo con los más chicos”, me dijo. Sabía que tenía razón, pero no dolió menos. Sólo Carolina, mi hermana casi melliza, hubiera podido hacer algo. Pero claro, no era alguien presentable, y además siempre traía problemas.

Imprevisiblemente apareció un primo, una buena persona con ánimos de darme una mano. Me dejó dormir en su local de trabajo. Me alejé de Hugo, dejándolo destrozado.

Los primeros meses lo intenté. Pinté más que nunca, retomé las rondas nocturnas de boliches y la dichosa calle. Los adoquines me conocían, yo los extrañaba. No resistía la atracción que ejercían en mi mísera vida. Lo que observaba en la noche eran escenas dignas de plasmar en la tela. Yo era merecido ejemplar de estar en una, pasaría un tiempo antes de darme cuenta.

Una noche calurosa, tendido en la arena, con botellas vacías al alrededor y “porros”, conocí a Felipe. Felipe es peruano, vino buscando mejorar su vida, provenía de un pueblo de mala muerte. En los desvaríos de esa noche, en la que lo dejé hablar, me contó algo que dejó profundas huellas..

Su madre, allá en el Perú, trabajaba de llorona. A las mujeres que desempeñan ese trabajo las denominan “Las Plañideras”. Ella o ellas son contratadas para llorar en los velorios. A pesar de la droga, me despertó mucho interés, interrumpiéndolo sólo para preguntar todo lo que se me venía a la mente. Lo que mi amigo contaba era idéntico a lo que yo veía!!!

Me enteré que existían distintas tarifas. Recuerdo al menos tres categorías diferentes: una implica ir a llorar simplemente, la otra llorar hablando bien del muerto, la tercera lograr que los presentes también lloren al fallecido, sumándole las dos anteriores. Todo esto va acompañado de gritos desgarradores. Se arrancan los cabellos, arañan sus rostros en señal de dolor y padecimiento por el difunto. Las tres categorías tienen diferentes aranceles, claro está.

Quedé preocupado. Si olvidaba respirar, serían pocos los concurrentes al velorio y jamás existiría ni siquiera un peso para pagar a una sola persona que llorara mi ausencia. Sólo aquellas cinco que lograba visualizar drogado y eran tan reales ...aún más ahora. Imposible inventará algo desconocido por mi hasta el momento.

Felipe fue compañero de varias salidas. Cuando la posibilidad se presentaba, lo acribillaba con preguntas acerca del tema, tan foráneo para nuestras costumbres. Mi conducta, como era de esperar, retomó aquellos caminos que prometía abandonar. Mi primo, cansado ya que pusiera su negocio en peligro, me pidió amablemente que buscara un lugar donde irme. No podía sorprenderme. Me dormía con cigarros encendidos, dejaba prendida la estufa, traía compañías nada tranquilizadoras,. No tenía derecho a enojarme, y sin causarle más problemas me marché. Después de todo, había sido el único familiar que había tendido su mano.

¿Dónde iba a ir? El único lugar en que era bien recibido era la casa de Hugo, y allá fui. A la semana de estar juntos, por alegrarme, trajo pinturas nuevas, telas y una escopeta para salir a cazar juntos algún día.

El tema de las plañideras vino a mi cabeza. Comencé a plasmar cinco mujeres, tal como las imaginé a través de los cuentos de Felipe, tal como yo las veía. Vestidas de negro, llorosas, gritando, sus rostros demacrados, desdibujados por un dolor ajeno, mirando hacia abajo, sin que se viese el muerto o el cajón. Creo que el tema venía bien a “mi estilo”. Las semanas pasaban y con ellas mi fastidio por Hugo volvía sin remedio. Mi tristeza era palpable. Intenté llamar a mi madre sin encontrarla. Una mañana salí con la escopeta, aprovechando la ausencia de Hugo. Deambulé por unos campos cercanos. Lo único que vi como blanco posible fueron unas palomas de campo. Hacia ellas dirigí mi furia contenida.

Maté tres, y una quedó agonizante. Sentí culpa, aberración. Traté de revivirla sin éxito, volviendo sobre mis sombríos pasos, me sentí peor que antes. Metí la escopeta debajo de la cama para no verla El ensañamiento se apoderó de mí, y la emprendí con la tela, disponiéndome a pintar el dolor de aquellas cinco anónimas a las que se les pagaba por sufrir. En dos días terminé mi obra maestra. Para todos los que la vieron finalizada, creo que el tilo no fue suficiente. Quedaron paralizados por el dolor real que reflejaban sus rostros. Sus vestiduras eran negras, pero no simplemente negras. Parecían los jinetes del Apocalipsis. Lo único objetable era que no había muerto. Debía explicarles la historia de Felipe. De cómo había conmovido todo aquello y había logrado movilizarme...

Llegué a pensar lo excelente que sería si el cuadro tuviese sonido propio. Cuando la tela fuera observada, comenzarían a oírse los llantos, gritos y aullidos de desgarro. Podía oírlas cuando lo pinté, y cada vez que lo observaba. Llevaba en mi cerebro el sonido, tanto como la pintura, y ese sonido latía, vibraba. La colgué en el dormitorio, en la cabecera.

A tres meses de estar con Hugo ya no lo soportaba, sus reclamos constantes. Sus demostraciones de afecto eran intolerables. Si antes estaba loco, depresivo, adicto y mis pies estaban al borde del precipicio, ese domingo nada me calmaba, era una condena.

Llamó mi hermana, avisándome que nuestros padres estarían de visita en su casa, para conocer a su pequeña recién nacida. Mi vida era un infierno, sino estaba drogado no podía dejar de ver el entorno en el que estaba inmerso. Hugo no llegaba con nada que calmara mis pobres nervios.

A las cinco de la tarde, marqué el número de mi hermana:

- Carolina, me pasas con mamá, por favor...

- Sí, Juan...

..........

- Hola, Juan Cruz

- Hola papá. ¿Me das con mamá?

- Ya viene. ¿Qué te pasa? Ya te dijimos que no tenemos medios para ayudarte y siempre traes complicaciones...

- No sigas papá. Te lo digo a vos, entonces...

- ¿Qué cosa? Porque de vos no se puede esperar nada bueno.

- Me voy a matar.

- Dejate de cosas Juan. No me vas a enloquecer como a tu madre. Si te vas a matar, apunta bien, no sea cosa que le erres, y tengamos que cuidar a un minusválido.

Sólo veo un agujero negro apuntando mi boca. Recostado en la cama, el cuadro colgando precariamente a mis espaldas, sobre mi cabeza. Ausente de emoción, sentimientos y el abismo... Solo falta el sonido.

Cuenta Hugo que cuando llegó a la casa, oía los gritos desgarradores y flagelantes de las cinco. Abriéndose paso entre la gente pudo entrar al cuarto. Jura Hugo que arrancaban sus cabellos y que sus ojos, huecos negros, observaban hacia abajo. Gruesas lágrimas empapaban la perdigonada estampada contra la pared y mis inservibles sesos.

 

Imagen: Guillermo Bernengo