Cuento
LOS FANTASMAS DEL PROGRESO
La lluvia era torrencial, no se veía nada. Uno de los dos policías entró chorreando, dejando por donde caminaba charcos de agua.
- ¡Qué maldita lluvia, no sé cuándo va a parar!
- No sé a qué saliste de ronda, en una noche como esta, si total no hay nada que cuidar.¡ Esto es un pueblo fantasma.! Dijo el otro mientras secaba el piso.
La puerta se volvió a abrir para dejar entrar a un hombre en el que las arrugas marcaban el tiempo, y las bolsas debajo de los ojos un tiempo que no era este; la lluvia lo había calado y traía consigo un farol.
- ¡Fantasma; lo hicieron después de la represa! ¡Andresito jamás fue pueblo fantasma!. Dijo el viejo apoyando el farol encima de la mesa cercana.
- ¿Por qué no se mudó? Masculló el empapado, mientras servía unas grapas.
- ¡Pero Don anda por ahí pegándonos sustos con el farol! Acá no queda nadie ya. Y acercándole una silla le sirvió una grapa.
- ¡Claro, linternas, pilas, luz y más luz para el consumo.! No venga a decirme usté mocito quién queda y quién no...Yo me voy a quedar acá hasta encontrar a la Casilda, ya bastante tengo con no enterrar al Catucú.
- Mire Don, todas las gentes se fueron pa’el nuevo pueblo Andresito, y usté acá de porfiado.
- Tercos fueron los que hicieron la represa...pero claro, había que poner las famosas turbinas. No pensaron en las gentes que tuvieron que desalojar, como si dirse de sus casas fuera cosa de todos los días. Yo no hubiera tenido problemas en dirme si Catucú no se hubiese encariñao con la Casilda.
- ¿Quién era el famoso Catucú?
- Mi perro cimarrón, me lo había regalao un estanciero de Young. La Casilda una carpincha guacha que dejaron sin madre unos cazadores.
- ¡Hágame el favor!, no me imagino a un cimarrón encariñao con una carpincha.
- Ahh seguro que no. Pues sí, mi perro se crió con una carpicha media guacha, que salvé de los jabalíes. Todo iba bien; hasta le puse un cencerro a la carpincha, pa’encontrarla enseguida al borde del río. Ella presentía el sendero por el que aparecíamos, el Catucú y yo. Pero poco a poco el agua nos fue ganando los terrenos. Nos acorralaba, pero igual nos encontrábamos, un poco más allá, un poco más acá, pero nos encontrábamos.
- ¿Vio?, por eso le decimos, se tiene que dir , dentro de poco ni esto queda. Tuito se lo llevará el agua.
- Mire señor polecía, yo voy a seguir buscando a la Casilda con mi farol porque el cimarrón no murió al cuete. No me asusta la represa ni sus turbinas, que me lleve el agua si el Tata Dios quiere.
- Tómese otra grapita de mientras hasta que pare esta maldita lluvia y cuente qué pasó con el cimarrón.
El viejo se acomodó en la silla, y sacando un curtido cuero con hebilla, se tomó la grapa de una, carraspeó y alguna lágrima quedó contenida en una de sus arrugas...
- Ya la represa había desalojao a la mayoría, pero nosotros quedamos al firme. Ese día salimos rumbeando pa’l camino. En eso me topé con una crucera que maté de un machetazo, eso fue mal augurio. El agua venía atropellando a tuitos. El cencerro de la carpincha no se oía y el perro andaba como loco dando volteretas y empujándome.
- De repente lo oímos , el Catucú antes que yo. Pero al contrario de siempre el cimarrón comenzó a ladrar y mostrar los dientes. La verdad señores, desde donde yo estaba sólo veía los cuartos traseros del perro y a la Casilda saliendo del agua a recibirnos. El lomo tuito erizado, las patas clavadas en la tierra y los colmillos afilaos apuntando hacia el agua. La baba de rabia se escapaba de la boca y de un salto increíble pasó por encima de la carpincha pa´salvarla de un enorme yacaré., Casilda huyó despavorida, dejé de oír el cencerro. Lo único que se escuchaba era el feroz chapoteo en el creciente embalse. Lo que recuperé de mi perro, fue este pedazo de collar.
- ¡Bicho asqueroso el yacaré.!
- No señor, los yacarés no tienen culpa, la creciente fue tan repentina que también fueron desalojados. Las gentes, las casas, los árboles y bichos, tuitos fueron corridos sin preguntarles. ¡ El famoso progreso, que le dicen...!
- ¿Y ahora que va hacer Don?
- Voy a seguir buscando en las orillas, con mi farol, a ver si tengo suerte y encuentro a la Casilda.
Dicho esto se levantó, la lluvia había parado y desapareció en la noche.
La represa subió y se lleno el embalse programado por los ingenieros. Ya ni el puesto de vigilancia, ni los dos policías para cuidar el pueblo fantasma quedan. Hoy, todo Andresito duerme bajo las aguas. Pero se sabe que el río Negro, de noche, tiene además de una luna que platea sus aguas, la luz tenue de un farol, el tintineo de un cencerro y el ladrido de un heroíco cimarrón.
Autor: Mariela Rodríguez
Ilustrador: Guillermo Bernengo
7 comentarios
washington -
La verdad no me imaguinaba encontrarme con una paguina asi... me ha gustado,un abrazo.
MarioW -
Martin -
Espero tu contacto.
Martín
Alvaro -
Alvaro
Fito -
Luis Vea García -
marcelo landarte -