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BARDA

Cuento

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ECLIPSE DE CORDURA 

 

Siempre fui racional. Por eso, no deja de sorprenderme como me dejé llevar aquella noche por sentimientos encontrados.

El día se había desarrollado con tranquilidad. Unos pocos pacientes de rutina; hacer el almuerzo para los chicos y mi marido. Arreglar un poco el loquero en que se convertía la casa después de casi una semana de guardia y hacer  llamadas.

Sonó el teléfono y uno de mis hijos me pasó el teléfono.

Estaba de guardia como médico forense, al servicio de lo que pudiese ocurrir y del juez.

Esa noche reclamaban mi presencia en una seccional. Habían detenido a un hombre joven, en los límites de la capital, donde comienzan los campos de sembradíos de fruta y verdura.

Le pedí las llaves del auto a Ramón; con paso apurado, molesta por la hora, eran las 22 horas, estaba por  terminar la guardia, tenía que trasladarme lejos y tarde. La noche estaba apacible pero algo me llamó la atención. Más temprano, antes de cenar, había mirado por la ventana y una luna hermosa coronaba la noche.

Sin embargo ahora no había luna.

Cuando atravesé la puerta del edificio, todo estaba tranquilo. Dos policías tomaban café.

-         Buenas noches, soy el médico forense

-         Buenas noches doctora, el juez no va a venir... pero tenemos un detenido.

-         Bien.¿Qué sucedió?

-         Recibimos llamadas. Había un hombre robando las quintas. Después otros llamados informando que habían lastimado a un individuo de sexo masculino y que estaba herido. Hicimos varias rondas, hasta que lo encontramos.

-         Lo hallamos pero el N/N no estaba robando nada. Dijo el policía joven.

-         Lo examinaré para ver si está herido...

-         Lo va a tener que mandar al psiquiátrico doctora.

Me condujeron hasta la celda. Un hombre joven de unos treinta años, miraba por la ventana con tristeza, tenía heridas leves pero tenía... parecían pedradas. Estaba descalzo, un pantalón viejo y el torso desnudo.

-         Buenas noches, soy la doctora ¿qué le pasó?

-         Nada grave doctora, pero me tiene que dejar salir

-         Tranquilícese, lo voy a curar, mientras cuénteme que estaba haciendo en las quintas. Lo demás lo hablaremos después,

Los policías acercaron el botiquín y se fueron.

-         ¿ Lo apedrearon ?. Pregunté.

-         No tiene importancia, tengo que salir.

-         ¿Cuál es la prisa?

-         Si hay apuro, ¿ porque sabe? Tengo que llevarla de un lado para otro.

-         ¿Qué cosa tiene que llevar? Dije mientras miré alrededor sabiendo que nada tenia.

-         La esperanza, doctora. Yo empujo la esperanza de un lado a otro todas las noches. Para que todos tengan un poco.

-         ¿Así que usted empuja la esperanza ? Para que todos tengan un poco, digamos, la va moviendo.

Ya casi había terminado de curarlo, pero lo que escuchaba no dejaba de sorprenderme. Una locura tan linda nunca se me hubiese ocurrido.

-         Si, la empujo. La luna me ayuda con su luz. Sino, no vería por dónde la tengo que llevar

-         Pero lo pueden confundir y herir. Los dueños de los campos cree que usted esta robando y lo han lastimado.

-         Tengo que empujarla doctora, la esperanza debe estar todos los días en un lugar diferente. Si no lo hago, llamarán a otro que lo haga. ¿Sabe? El encargado de llevarla ahora soy yo.

Esto último lo decía con un orgullo. En sus ojos solo podía ver bondad.

Me había encontrado en situaciones tristes y dramáticas. Pero en ese momento tenía que decidir entre dejar al hombre suelto o internarlo en un psiquiátrico. Nada había hecho. Estaba loco, pero su locura a nadie hacia mal sino a si mismo. Los hospitales para enfermos mentales eran peor que una cárcel.

Seguía frente al informe sin escribir la sentencia de encierro por demencia...

Perdí tiempo deliberadamente tomando café con los policías. No la escribí.

A las dos de la mañana les dije:

-         Señores, van a tener que llamar al otro doctor, mi guardia terminó hace dos horas.

Me miraron sorprendidos y cómplices.

-         No, ¿para que vamos a llamar? El N/N no hizo nada, ya lo curó, lo dejaremos libre

-         Bien, buenas noches caballeros.

Cuando faltaban apenas cinco cuadras para llegar a casa, el espejo del retrovisor me devolvía nuevamente una luna llena, hermosa, tal como la había visto temprano. Una sensación misteriosa me recorrió.

Unas cuantas noches no abandoné el cielo con la mirada, buscando la luna e imaginando al loco empujando la esperanza de un lado a otro. Me sentía feliz de no haber contribuido a su encierro. Con el transcurso del tiempo fui olvidando.

Hace un año de esto y la violencia va en aumento, en la calle como en el supermercado.

Casi en todas las guardias me encontraba con uno o dos cadáveres. Las personas se matan por una discusión.

Por eso anoche cuando me llamaron no me sorprendió.

Subí a la camioneta policial y comenzamos a recorrer la carretera. Dejábamos la ciudad lejos, de frente veía como la luna se eclipsaba levemente.

Me trajo recuerdos. Abandonamos la carretera para tomar un camino, luego otro y otro; hasta pensé que en cualquier momento, se terminaría la senda.

El vehículo se detuvo, los policías bajaron, uno me abrió la puerta.

-         Tenemos que seguir a pie, doctora.

Caminamos hacía un lugar donde se adivinaban sombras, en un pequeño claro entre el maizal. Un grupo de personas con una sola linterna, murmuraban bajo.

Se erguía siniestro un espantapájaros. Presentí lo peor, la luna ya no estaba.

Nos fuimos abriendo paso hasta el lugar. Caminé lentamente hasta el muñeco, su débil cabeza colgaba, sus ojos apuntaban el piso, lo fui descubriendo poco a poco con la luz de la linterna.

A sus pies mi N/N de un año y medio atrás, sus piernas encogidas, el mentón clavado entre las piernas, lloraba amargamente.

-         Hola, tanto tiempo

Su mirada se elevo hasta la mía. Sus ojos llenos de lagrimas me conmovieron como hacia tiempo nada lo lograba. Tenía heridas. 

-         Hola doctora.

-         Hola, ¿que pasó esta vez? Pregunté sabiendo de sobra lo que pasaba.

-         Me cansé, no la empujo más. Lo hago por el bien de todos y me lastiman.

Me desconcertó. El buen loco se había hartado de que lo humillaran.

-         No empujo más la esperanza, ¡que se quede donde quiera!.

-         Pero...¿y si no la empujas que vamos a hacer?

Mientras lo curaba, me atacó el pánico.¿Como se rehusaba a seguir empujando la esperanza ? La luna se había ocultado totalmente.

-         Tenés que seguir, no te des por vencido.

-         No valoran mi esfuerzo, ¡que lo hago por ellos!.

Allí en plena noche estaba con el N/N tratando de convencerlo de seguir con su locura, cada vez mas lejos de internarlo, mientras los policías, dispersaban a la gente alejándolos. No se me ocurría argumento alguno para hacerlo cambiar de idea.

-         ¿Sabes? Mirá, la luna se fue decepcionada. ¡No podemos quedar sin esperanza ni luna !.

-         Es que ella sale para que yo pueda ver donde empujar. Como no empujo no sale.

-         Por eso mismo....vos tenés que seguir. No me vas a decir ahora que unos pocos cuerdos pueden más. Vamos, fuerza, ya sale de nuevo la luna, es sólo un eclipse de cordura, dura poco.

Me paré en mis dos piernas, tembleque, caminé unos pasos hasta los policías. Miré el cielo la luna asomaba apenas una puntita. Sonreí con paz , estaba chiflada...

-         Nos vamos. Dije a los policías.

Y sin mirar atrás me alejé, sabiendo que la esperanza estaba en carrera nuevamente.

  

Autor: Mariela rodriguez

Ilustración: Juan Sosa Di Cono

2 comentarios

Hectorr -

Enhorabuena Mariela, me han encantado tus dos cuentos, tanto éste, Eclipse de Cordura como las Dos Tías, realmente buenos. Animo que seguro seguirás cosechando más éxitos.

Ale -

Me gustó, muy bueno. Felicito por el nuevo premio.