El dia 15 de marzo tuvimos el honor de ser premiados con Mención de Honor en el 29no. concurso "Dr. Alberto Manini Rios" organizado por A.E.D.I. - URUGUAY.
El cuento premiado en esta ocasión fué "Tablero de Cristal" que expone los peligros a los que está expuesta la gente demasiado "estructurada".
TABLERO DE CRISTAL
Tenía dos días para comprar el regalo a Victorio. Cansada ya, de comprar camisas blancas y pantalones grises; me exprimí el cerebro pensando en algo especial, que no sólo lo sorprendiera sino que lograra sacarlo de su estructurada vida.
Mi marido, que jamás ríe, sólo se permite dibujar tímidamente una sonrisa. El único entretenimiento que disfruta es jugar ajedrez. Para no tener que socializar, rinde culto a la inteligencia, jugando contra sí mismo. He llegado a pensar si en la Facultad de Ingeniería, existe una materia oculta, que se titule: “Cómo vivir en sociedad, estructuradamente, pasando inadvertido”. Después de varios llamados, ubiqué un artesano en cuestiones de tableros y piezas. Tenía su negocio en una ciudad no muy cercana. Por lo que decían, era “todo un artista“.
Y acá estaba yo, con el papelito en la mano intentando dar con la dirección. El auto lo estacioné casualmente frente a la Facultad de Ingeniería. La observé pensando: “lo mío es un estigma”. La ciudad era reconocida por lograr brillantes y pulidos egresados.
Caminaba, observando la numeración, cuando de unas persianas me chistaron:
- Pssh pssh
En sentido contrario, venía bamboleando sus grasas una mujer mayor. Su cara estaba lustrosa por la transpiración, al tiempo que emitía roncos gruñidos. Cargaba debajo de sus regordetes brazos, lo que parecían ser cuadernos, todos iguales, con tapas grises.
Cuatro pasos más, una nueva persiana, e idéntico chistido:
- Pshh pshh señora
Ahí mismo, la gorda y yo nos chocamos. Los cuadernos se desparramaron y al agacharnos a recogerlos, noté que estaban totalmente en blanco, ni renglones tenían. Y otra vez el chistido. Habíamos juntado los cuadernos y la gorda los cargaba nuevamente, cuando aproveché para preguntarle por el famoso artesano.
Poniendo los ojos en blanco, bufando y con cierto dejo de fastidio contestó:
- Es en la otra cuadra.
- Gracias. Una pregunta más ¿por qué me chistan de las persianas?
- ¡Ah por favor, no haga caso, siga su camino! Y levantando el tono de maestra enojada agregó:
- ¡Ya no doy abasto, ya no doy abasto!. Alejándose apurada como la había visto llegar.
- Pshhh señora. Éntre que le explico, balbuceó una voz casi inaudible. Alguien tras las persiana abrió a penas la puerta y entré, olvidándome de los consejos de la gorda.
Un hombre joven, me conducía tímidamente hasta la ventana.
Desde allí se podía divisar la vereda. Todo parecía normal a no ser por el hecho de observar el exterior entre tablita y tablita. Era como ver el mundo en uniformes líneas horizontales.
- Soy ingeniero. Me recibí hace tres meses. Desde que me gradué no puedo apartarme de las persianas. Todos los egresados tenemos el mismo padecimiento. Algunos ya han recurrido a la vieja y gorda maestra con la que usted se topó. Ella dispone de la única cura de desestructuración conocida hasta el momento. Sólo un veterano egresado ha diseñado su propio método.
- Tengo que dejarlo. Busco a un artesano en tableros de ajedrez. Se me hace tarde, respondí perturbada. Ya tenía suficiente con el que me había casado, como para escuchar historias de locos.
- ¡Ahh Guillén. Justo es la persona a quien hacía referencia...!
Nuevamente en la vereda, apuré mis pasos, no tanto por prisa sino por incomodidad.
Llegué a la numeración indicada y ¡oh !como revelación divina, al costado derecho de la puerta colgaba un cartel en letras brillantes que anunciaba: ”TABLEROS ARTESANALES, PIEZAS ÚNICAS”. Era lo que Victorio merecía, algo único y hermoso. Al bajar veinte centímetros mi vista , una placa en bronce pulido hasta lograr deslumbrar los ojos rezaba: “Ingeniero Alcides Guillén Fleitas”. Toqué el timbre con disimulado nerviosismo mirando las ventanas carentes de persianas, para darme tranquilidad. Un hombre sexagenario me abrió la puerta con una sonrisa.
- Buenas tardes. Vengo buscando un tablero de ajedrez especial, para mi aniversario de casados. Me dieron su dirección y aquí estoy.
- Está en el lugar indicado, sígame. Todas mis piezas son únicas y fascinantes, aunque esta mal que yo lo diga. Soy un perfeccionista nato.
No hacía falta que lo aclarara. Sabía bien, como eran los ingenieros. Después de ver unos quince, llegué a una decisión. Me quedaría con uno de cristal. Las piezas, que debieran ser blancas y negras, eran de cristal de Murano verde y morado. El tablero se dividía en casillas transparentemente puras y las otras débilmente esmeriladas. Pagué contenta la fabulosa cifra que se me pidió. Al despedirse me vi sorprendida por la pregunta:
- ¿A qué se dedica su esposo?
- Es ingeniero en sistemas.
- Ahhh - dijo con un dejo de desencanto, y cerró la puerta bruscamente.
Ese “Ahhh” me dejó inquieta. Subí al auto. Había recorrido dos cuadras, cuando vi entrar a un edificio a la maestra gorda nuevamente cargando aquellos cuadernos enigmáticos. Paré decidida a entrar y salir de dudas.
- Buenas tardes señora...- ¿Otra vez usted? ¿En qué la puedo ayudar?
No respondí inmediatamente. Mi atención la captaron los alumnos. Todos jóvenes de unos treinta años aproximadamente, sobre los cuadernos, sin levantar la vista a pesar de mi interrupción; pasaban rayas a las hojas en blanco. Contaban con una regla, un lápiz y goma.
- Perdone, pero quería saber si realmente su método funciona.
- Entonces no me hizo caso y alguno le comentó. Seguramente uno que aún no entró en el proceso. En fin... funciona sí. Por lo menos éstos reconocen su mal y trabajan para mejorar.
- ¿En qué consiste el tratamiento?
- Estos hombres y mujeres se han visto afectados por su carrera. Ven la vida de manera lineal, siempre siguiendo protocolos y procedimientos. Y no estaría mal si lo aplicaran sólo a su profesión. Pero se les ha metido tan adentro, como si fuese un virus, que viven su vida personal de la misma forma. Realmente enfermante. Les hago hacer rayas horizontales a modo de renglón, tal y como ellos se conducen. Hasta que se hartan.
Aunque cansada, preparé la mesa con velas para el aniversario. Toda mi atención y trabajo fue recompensado al ver la cara de Victorio, cuando sorprendido vió el regalo.
- ¡Qué fantástico juego de Ajedrez! Aquellas palabras de la boca de mi marido eran lo máximo como premio a mi peripecia y lo valoraba.
Como recompensa a mi búsqueda de ribetes casi místicos, recibí a cambio el acostumbrado perfume francés. Coleccionaba tantas versiones como años de matrimonio.
Esa semana pasó frente al tablero y piezas todo su tiempo libre. Jugando como solía, contra sí mismo. Pero... el hecho del lunes a la mañana, me tomó totalmente desprevenida.
- ¿Sabes donde está la camisa a cuadritos, que me regaló Andrés, cuado volvió de México?. La voy a usar para ir a trabajar.
Le indiqué el lugar donde encontrarla y una sonrisa triunfal me acompañó el resto del día. Dos días después, al llegar a casa, lo encontré con albañiles. Terminaban de cambiar nuestro piso del patio de cerámicas españolas, por baldosas marrones y amarillas. El tercer cambio consistió en reemplazar la mantelería de finos bordados, por burdos manteles a cuadros blancos y celestes.
No hacía ni tres meses había comprado fundas nuevas para recubrir los asientos del auto, cuando asombrada vi el nuevo tapizado. Blanco y negro, como bandera de llegada de fórmula uno. El asunto se tornaba perturbante...Mi paciencia se vio colmada cuando una mañana, al levantarme a preparar el desayuno, lo encontré cuadriculando los vidrios de la cocina, esmerilando con un fino instrumento uno, y dejando el otro transparente. Histérica, lo convencí de lo disparatado de la situación y juntos fuimos a consultar a la gorda maestra.
Terminé visitándole día por medio, en su clase, donde llenaba cuadrículas sobre hojas blancas. Me he sentido tentada de llevarle un compás o semicírculo de regalo, pero Clara (así se llama la gorda), ha dicho que aún no está listo para el cambio. Auguró que pronto pasaría al grado de las líneas. Realmente me siento mal, porque de alguna manera fui culpable, al regalarle el tablero de cristal.
Moviendo algunas influencias que Victorio tiene en el gobierno y por ser él tan eficiente, le encontré una actividad. Le obtuve una labor comunitaria, algo que lo haría sentirse útil. Hablé con Clara y estuvo de acuerdo. Cuatro horas a la semana trabajaría para la comuna, cambiando todas las baldosas rotas; seguíamos en lo mismo, pero con un fin altruista. Tanto éxito obtuvo con las veredas y tanta mejora personal, que dos arquitectos dedicados a la restauración de barrios antiguos, le solicitaron emparejar los adoquines hundidos por el paso de autos y camiones.
Marchaba viento en popa y las calles quedaron perfectamente cuadriculadas; cuando la gorda Clara me avisó, que Victorio estaba pronto para pasar a la siguiente etapa. Comenzaba la fase de las líneas.
De nuevo, en aquel salón, haciendo raya tras raya, me rompió el corazón. Después de dos meses, recurrí a sus antiguos contactos. Esta vez encontraron una nueva faena, repintando los pasos peatonales de todo el país. Fue tal su ahínco y dedicación que en menos de un mes, los terminó. Nos vimos obligados a buscar una nueva tarea. Esta vez sería de más largo aliento. Debía delinear las carreteras en su punto medio y luego señalizar las banquinas. El país quedó pequeño para su arraigada manía. Impulsada por amor, me presenté frente a distintas sedes diplomáticas. Logrando que le dieran idéntica tarea fuera del territorio.
Lo último que sé de Victorio es que está señalizando las carreteras en Brasil. Mantenemos contacto frecuente. Algunas fotos me hace llegar. Tengo una, por demás conmovedora, a la que le guardo especial afecto. Esa imagen, me ha hecho reflexionar sobre la fragilidad, casi de cristal, de la psiquis humana.
Allí aparece Victorio, sus ojos miopes detrás de gruesos cristales, sonriendo, con un sombrero deshilachado, unos jeans cortados y zapatillas, saludándome con su mano, en la otra una brocha, a sus pies un tarro de pintura, en medio de una carretera desolada del Matto Grosso.
Autor: Mariela Rodríguez
Ilustración: Juan Sosa Di Cono. Dolores Depto de Soriano. Diplomado en : Academias Modern School, cursos en el exterior ( Venezuela)